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contemplar [theoría] la verdad, el fundamento absoluto, de todo lo que es, y cuya virtud es la sabiduría [sophía]<br />
y la prudencia [phrónesis]. Orgullo e inteligencia caracterizan estos modelos de hombre.<br />
El hombre humilde reconoce que todo el poder y toda la sabiduría provienen de Dios, así como toda<br />
posesión. Sin embargo, poder-saber-tener constituyen el núcleo de toda persona, y en la medida en que<br />
despliegan su dominio en el hombre, lo apartan del orden de Dios y del plan de salvación. Es por eso, que el<br />
evangelista esquematiza esta estructura personal en el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto, donde se<br />
plantea la posibilidad de poner estas capacidades en función de sí mismo, del desorden, del pecado; o bien, en el<br />
orden de Dios 160 .<br />
El «sermón de la montaña» proclama un nuevo paradigma humano: el pobre, el humilde, el humillado,<br />
el marginado, el des-valido, el sin valor. Se retoma, de esta manera, la tradición profética del Antiguo<br />
Testamento, donde se hablaba del “huérfano, la viuda y el extranjero”. Se produce entonces, una inversión del<br />
valor: Dios pone como modelo, como «valor» lo que no tiene valor, lo despreciable. “El que se ensalza será<br />
humillado y el que se humilla será ensalzado” 161 . Jesús mismo va con los marginados, con los publicanos [los<br />
públicamente pecadores], los recaudadores de impuestos, las prostitutas, los samaritanos, etc.; hasta ser<br />
finalmente crucificado entre ladrones.<br />
La misma inversión que se produce en los valores, se expresa en los símbolos: el águila, símbolo del<br />
orgullo y símbolo de Roma, es la expresión de lo más alto para el imperio; mientras que lo más bajo, lo más vil:<br />
la rebelión contra Roma, es castigada con la muerte en la cruz. A partir de Cristo, la muerte se convierte en el<br />
paso a la verdadera Vida, y la cruz el camino de la resurrección; mientras que el poderoso, el orgulloso y el rico,<br />
aparecen como figuras del pecador.<br />
4.3. La interioridad<br />
“El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón” 162 . Lo exterior, las obras,<br />
la palabra, la práctica tiene su fundamento en el corazón; por eso Jesús, siguiendo la tradición profética, solicita<br />
una conversión 163 , un cambio en el corazón. Es el corazón el que está enfermo, y lo que debe ser curado. Es el<br />
corazón la sede del pecado y el origen de la salvación.<br />
Jesús anuncia la llegada del “reino de los cielos”, la salvación, la salud; porque son los enfermos los que<br />
requieren del médico. La curación es el signo de la salvación: “Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído:<br />
los cielos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la<br />
Buena Noticia es anunciada a los pobres,...” 164 . Son signos que anuncian un orden nuevo, del que se participa<br />
mediante una conversión, mediante una transformación de lo más íntimo, de lo más propio: del corazón. Esta<br />
interioridad profunda, que no es reconocida por la exterioridad de la ley ni por la estructura del imperio, es<br />
recuperada en este orden de la salvación, anunciada por Jesús.<br />
El corazón, en tanto la interioridad profunda de cada uno es único, irrepetible. Cada persona finita es<br />
una novedad en la historia y está llamada a la vida eterna, por medio de la redención de Cristo. De manera, que a<br />
partir del cristianismo, la persona adquiere un valor infinito, en tanto que cada uno participa de la salvación.<br />
5. El Cristo<br />
lo que vale, valioso.<br />
160<br />
Cf. Mateo, 4, 1-11; Marcos, 1, 1-12; Lucas, 4, 1-13.<br />
161<br />
Lucas, 14, 11; 18, 14. Cf. Mateo, 23, 12; Lucas, 14, 7-14.<br />
162<br />
Lucas, 6, 45.<br />
163<br />
Cf. Lucas, 13, 1-5.<br />
164<br />
Lucas, 7, 22.<br />
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