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hombre requiere, también le proporciona el medio adecuado (orden justo) para que se realice como ser racional.<br />

Por ello es que la caracterización del hombre como animal político y como animal racional están<br />

íntimamente ligadas.<br />

Ahora bien, los sujetos de toda esta reflexión son los ciudadanos, los hombres libres, ella es válida sólo<br />

por ellos. Y Aristóteles afirma que no todos los hombres son iguales por naturaleza. Hay hombres que llevan<br />

en sí mismos la esencia de libres, son libres por naturaleza; hay otros que no tienen esta esencia, son los<br />

esclavos por naturaleza. Los primeros son capaces de conducirse a sí mismos de un modo racional, los<br />

segundos tienen inteligencia suficiente como para comprender y obedecer, pero no de conducirse a sí mismos.<br />

Así el esclavo realiza su esencia al mismo tiempo que cumple con una función necesaria en la polis.<br />

Para Aristóteles la esclavitud no es el resultado de una necesidad social, sino la manifestación de un modo de<br />

ser, pueden superarse las necesidades pero no las esencias.<br />

Por estas diferencias «naturales» es que la justicia sólo puede aplicarse adecuadamente entre iguales,<br />

entre ciudadanos: la justicia es el principio que rige a la autoridad política. En cambio, el principio que deberá<br />

aplicarse entre el padre de familia con su mujer, hijos o esclavos es de naturaleza despótica: su propio interés.<br />

Respecto de las formas de gobierno, Aristóteles piensa que no hay formas más adecuadas que otras:<br />

todas las formas de gobierno pueden ser buenas o malas según las condiciones históricas y culturales y según<br />

la naturaleza de sus gobernantes. Así clasifica tres formas justas de gobierno: monarquía (gobierno de uno),<br />

aristocracia (gobierno de algunos) y politeia (gobierno de todos); formas que se corresponden con tres formas<br />

injustas de gobierno: la tiranía, la oligarquía y la democracia.<br />

16.b. La ética<br />

En las obras sobre ética, Aristóteles se pregunta cuál es el bien supremo, aquél que es el fin de todos<br />

nuestros actos y por el cual los restantes fines se convierten en medios para llegar a él. Y reconoce que tanto<br />

los espíritus más selectos como el vulgo habrán de estar de acuerdo en contestar que ese fin último no es otro<br />

que la eudaimonía o felicidad.<br />

Sin embargo, este acuerdo es meramente verbal, ya que cuando intentamos precisar qué es lo que cada<br />

hombre entiende por felicidad surgen las divergencias. Para unos será la posesión de riquezas, para otros la<br />

vida dedicada a los placeres, habrá quien considera la gloria o el honor como el fin último.<br />

Para criticar y mostrar la inconsistencia de estas posturas, Aristóteles habrá de señalar que este bien<br />

supremo deberá presentar dos caracteres: a) debe ser elegido por sí mismo (es decir, no ser un medio para otro<br />

fin), y b) debe ser suficiente en sí mismo (es decir, algo que por sí mismo hace la vida digna de ser vivida).<br />

Ambos caracteres deberán pertenecer a la felicidad.<br />

De este modo, rechaza al placer porque es un fin propio de las bestias y los esclavos, al honor porque<br />

depende más de quien lo otorga que de quien lo recibe (además, el honor es el reconocimiento que se otorga<br />

por algo valioso y, de este modo, lo valioso no es el honor sino aquello que se honra), a la riqueza porque es un<br />

medio y no un fin. Estos modos de vida no conducen al fin último, no nos proporcionan felicidad.<br />

La determinación del fin último del hombre habrá de buscarla a partir del concepto de «función». La<br />

vida digna de ser vivida, aquella en la cual el hombre alcance su fin último, habrá de encontrarse allí donde se<br />

ponga en funcionamiento algo propio del hombre, algo que sólo él puede desarrollar: la razón. La felicidad<br />

será pues el ejercicio de las actividades propias y específicas del hombre, aquellas que hacen del hombre un<br />

hombre.<br />

Sin embargo, aunque lo propio del hombre es la razón, no es lo único; el alma humana contiene en sí<br />

un impulso irracional propio de la vida vegetativa y sensitiva (impulso que no es ajeno a la vida moral). Por<br />

ello es que si la areté [virtud] es la aptitud para cumplir una función específica, de la acción de la razón<br />

surgirán dos grandes grupos de virtudes: las virtudes éticas (aquellas en las que la razón se relaciona con los<br />

impulsos irracionales) y las virtudes dianoéticas (aquellas en que la razón actúa por sí misma).<br />

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