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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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204 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

afirmación, en que el autor no pretende presentar el enfoque estructuralista<br />

<strong>como</strong> un sustituto para todo aquello que se ha inventado<br />

y probado en el campo de la sociología. Es fácil señalar<br />

innumerables problemas analíticos de máxima importancia que<br />

los sociólogos pueden abordar eficiente y fructíferamente con<br />

las herramientas que ya han utilizado hasta ahora. Da la impresión<br />

de que la perspectiva de un modelo teórico que lo abarque<br />

todo, listo para explicar cualquier cuestión cognitiva que un<br />

científico social pueda suscitar legítimamente, es una aproximación<br />

que pertenece a la categoría de las utopías, atractivas pero<br />

inalcanzables. <strong>La</strong> <strong>praxis</strong> humana —polifacética y expresable en<br />

múltiples niveles, fuente última de todos los intereses reformulables<br />

<strong>como</strong> cuestiones cognitivas— escapa efectivamente a todo<br />

intento de reducir su variabilidad a un solo principio. El<br />

principio de la naturaleza estructuradora y estructurada de la<br />

propia <strong>praxis</strong>, sometida al gobierno de una especie de «metagramática<br />

generativa», no es una excepción. Por eso en vez de<br />

promulgar otro manifiesto revolucionario (algo que se ha hecho<br />

bastante habitual en la sociología reciente), parece mucho más<br />

razonable enumerar aquellos problemas de las ciencias sociales<br />

que, de acuerdo con la opinión mayoritaria, aunque no universal,<br />

no han recibido un tratamiento intelectual satisfactorio, pero<br />

que, aunque discutidos y enmarañados, se podrían solucionar<br />

a través del enfoque estructuralista de la <strong>cultura</strong>.<br />

1. <strong>La</strong> primera y probablemente más atractiva posibilidad<br />

parece referirse al problema de los universales <strong>cultura</strong>les y sociales<br />

(que no se deben confundir, insistimos de nuevo, con las<br />

generalizaciones a posteriori tipo Murdock que se derivan del<br />

tratamiento estadístico de los datos fenoménicos). El problema<br />

resulta más importante por el hecho de que es patente y perceptible<br />

a primera vista. En las ciencias sociales se puede sentir<br />

un malestar endémico que se deriva no sólo de la evidente<br />

falta de éxito en la determinación de los universales de la exis-<br />

T<br />

LA CULTURA COMO ESTRUCTURA 205<br />

tencia humana, sino también de la falta total de herramientas<br />

analíticas relevantes para dicha tarea. Sin apenas excepciones,<br />

todos los conceptos e instrumentos analíticos empleados actualmente<br />

por los científicos sociales se adecúan a una visión<br />

del mundo humano en la cual la totalidad más voluminosa es<br />

una «sociedad», una noción equivalente en la práctica al concepto<br />

de Estado-nación. Por encima del nivel del Estado-nación,<br />

apenas nos podemos embarcar en algunas «comparaciones»,<br />

que conducen finalmente al descubrimiento de distribuciones<br />

estadísticas de rasgos que sólo son significativos a escala del Estado-nación.<br />

También hay quien podría querer aplicar el enfoque<br />

de la teoría del juego, sin por ello ganar ni un ápice de certeza:<br />

al fin y al cabo dicha teoría sólo exige una condición a los<br />

candidatos a convertirse en sus objetos de análisis: deben estar<br />

«unificados», en el sentido de seguir unas mismas reglas del<br />

juego. Durante muchas décadas, la notable ineptitud de las<br />

ciencias sociales para trascender sus propias limitaciones en el<br />

campo de los universales ha santificado en la práctica la confusa<br />

y dañina distinción entre la sociología, entendida <strong>como</strong> una empresa<br />

científica, y la filosofía antropológica, concebida <strong>como</strong> una<br />

rama de las artes. Parece haber poca justificación para esta división,<br />

que convierte los asuntos humanos que se localizan por debajo<br />

del nivel de Estado-nación en los únicos adecuados para<br />

un tratamiento científico. Resulta difícil legitimar el indudable<br />

poder de supervivencia de la distinción sin referirse al pecado<br />

original que se cometió en una fase temprana de la institucionalización<br />

de la sociología <strong>como</strong> una ciencia establecida académicamente.<br />

De otra manera, la significativa divisoria entre las<br />

aproximaciones humanista y científica a la dualidad del estatus<br />

existencia! humano difícilmente se podría solapar con las fronteras<br />

de la organización del Estado-nación.<br />

Recientemente, Gideon Sjóberg y Ted R. Vaughan han rastreado<br />

la flagrante inhibición de la sociología en el tratamiento<br />

de temas suprasociales, remontándose hasta los años formad-

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