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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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208 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

da a pasar por alto las estructuras o las reglas generativas comunes<br />

a todas las esferas de la actividad humana. <strong>La</strong> aceptación de<br />

las fronteras institucionalizadas de un dominio implica, aunque<br />

sea inadvertidamente, la adopción de valores funcionales operativos<br />

en su institucionalización; implica, consecuentemente,<br />

la apropiación del marco de referencia analítico relevante y limitador.<br />

Para descubrir las universalidades reales se tienen que<br />

transcender las fronteras que —localizadas en el nivel superficial,<br />

fenoménico— ciegan al observador y le impiden ver la infraestructura<br />

compartida por todos los campos institucionalizados.<br />

<strong>La</strong>s mismas reglas generativas gobiernan la <strong>praxis</strong> humana<br />

en las política, la industria, la agri<strong>cultura</strong>, la religión o en cualquier<br />

otra cosa. De hecho, son previas a las divisiones funcionales<br />

y sólo se pueden detectar si se aumenta el campo de visión<br />

del analista para abarcar la totalidad de la <strong>praxis</strong> humana. Incluso<br />

si, para ser empíricamente viables se centra la mirada del<br />

estudioso en un sector elegido de la <strong>praxis</strong>, se ha de organizar<br />

a partir de la estrategia de despojar precisamente dicho sector<br />

de los aspectos fenoménicos que deben su origen y su presencia<br />

a la diferenciación funcional. Una vez más, la aproximación<br />

estructuralista a la <strong>cultura</strong> ofrece lo que parece ser la perspectiva<br />

correcta, largo tiempo ansiada.<br />

2. Otra oportunidad ofrecida por el enfoque estructuralistas<br />

es una nueva mirada al concepto de función, utilizado y desgastado<br />

hasta el punto de un frustrante desencanto. Sus usos<br />

tradicionales han sido casi sin excepción ominosas reminiscencias<br />

del telos aristotélico. De hecho, desde Malinowski hasta<br />

Parsons, la idea, si no el concepto, de «prerrequisitos sistémicos»<br />

ha sido la compañera indispensable de la noción de función.<br />

Lógica, que no genéticamente, el concepto de sistema social<br />

tiene prioridad sobre el de función; en realidad, el presente<br />

significado de función debe su inteligibilidad a ese primer concepto.<br />

Sea lo que sea lo que se puede criticar del teleologismo,<br />

la verdad es que, para que tenga algún sentido, sólo se puede in-<br />

LA CULTURA COMO ESTRUCTURA 209<br />

troducir el concepto de función en tanto que un eslabón en la<br />

cadena de razonamiento que empieza con una afirmación existencia!<br />

sobre una sociedad «completada», cumplida, que «tiende»<br />

a sobrevivir y que, para «alcanzar su meta», «demanda» patrones<br />

específicos, «promulga» valores específicos, etc. Por útil<br />

que sea el concepto de función <strong>como</strong> dispositivo heurístico, la<br />

debilidad endémica de sus fundamentos teóricos continúa siendo<br />

una fuente inagotable de azoro para sus defensores. <strong>La</strong> secuencia<br />

lógica que presume inevitablemente el concepto de función<br />

en su interpretación habitual conduce, además, a un<br />

abismo insalvable entre las dimensiones sincrónica y diacrónica<br />

del análisis sociológico. De hecho, si la existencia de un sistema<br />

social maduro, capaz de generar efectivamente sus «prerrequisitos»,<br />

es la condición previa para que el concepto de función se<br />

pueda aplicar significativamente, el análisis sociológico organizado<br />

alrededor de dicho concepto ni puede explicar cómo surge<br />

la sociedad por primera vez, ni puede hacer inteligibles las<br />

dinámicas de la forma comunal de coexistencia humana, lo que<br />

lo deja al borde de la payasada indecorosa.<br />

Sea cual sea el factor que la teoría sociológica seleccionará<br />

finalmente <strong>como</strong> su concepto analítico central, hará bien en tener<br />

cuidado con las elecciones originadas en la irritantemente<br />

estéril discusión sobre la prioridad del individuo o de la sociedad.<br />

Debe ser un factor operativo en los dos niveles. Debe explicar<br />

ambas facetas de la existencia humana, inextricablemente<br />

ligadas: subjetiva y objetiva, determinante y determinada, creativa<br />

y creada, socializante y socializada. Entonces y sólo entonces,<br />

se podrá utilizar para edificar modelos que sean sincrónicos<br />

y diacrónicos a la vez, y que no susciten la polémica farsante<br />

acerca de la «prioridad» de alguna de las dos modalidades de la<br />

existencia humana.<br />

<strong>La</strong> idea de la función-signo parece ser el candidato obvio<br />

en esta búsqueda, equipado con todos los méritos requeridos.<br />

El signo, en tanto que «un acto que recorta simultáneamente

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