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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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92 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

No hay astrólogos, no hay nadie con una línea telefónica directa<br />

con el orden preestablecido de la creación, aunque son muchos<br />

los que postulan su candidatura para tales oficios. «Mejor»<br />

y «peor» son valoraciones que no se preseleccionan por adelantado<br />

y no se puede dar fe de la infalibilidad de ningún sistema de<br />

elección. No se puede garantizar lo bueno, pero se le puede dar<br />

la oportunidad de aparecer mediante el mantenimiento del trabajo<br />

colectivo, la negociación continua y la resistencia exitosa<br />

contra toda cerrazón prematura (un pleonasmo, sin duda, ya<br />

que, en cuestiones de valores, no hay manera de fijar el ritmo de<br />

ningún cierre y todos resultan forzosamente prematuros).<br />

Nuestra época, la época del pluralismo <strong>cultura</strong>l, opuesto a la<br />

pluralidad de las <strong>cultura</strong>s, no es un tiempo de nihilismo. Lo que<br />

hace la situación humana confusa y las elecciones difíciles no es<br />

la ausencia de valores o la pérdida de su autoridad, sino la multitud<br />

de valores, escasamente coordinados y débilmente vinculados<br />

a toda una discordante variedad de autoridades. <strong>La</strong> afirmación<br />

del conjunto de valores propios ya no se acompaña de la<br />

detracción de todos los de los demás. El resultado es una situación<br />

de constante compensación, de equilibrio dinámico, una<br />

experiencia enervante que convierte en seductora cualquier promesa<br />

de «gran simplificación». No hay garantía de la seguridad<br />

de la «obra colectiva» de Foucault, la voluntad de negociación y<br />

de diálogo se ve sacudida y crispada por el sueño opuesto de una<br />

elección última que haría redundante e irrelevante cualquier otra<br />

opción futura. El dilema real no es vivir con valores o vivir sin<br />

ellos, sino la disposición a reconocer la validez, las «buenas razones»<br />

de muchos valores y la tentación de condenar y denigrar<br />

muchos otros, distintos de los elegidos en cada momento. Tal <strong>como</strong><br />

lo ha expresado recientemente Jeffrey Weeks: 3<br />

e..}?<br />

El problema no reside en la ausencia de valores, sino en nuestra<br />

incapacidad para reconocer que hay muchas maneras diferentes<br />

de ser humano, y para articular corrientes comunes que las unan.<br />

INTRODUCCIÓN 93<br />

Este problema es, en sí mismo, una fuente de problemas.<br />

<strong>La</strong>s corrientes presentadas <strong>como</strong> «comunes» pueden ser instrumentos<br />

que erosionen los valores. Parece que, en buena parte,<br />

la pasmosa popularidad actual de los «valores económicos»<br />

—<strong>como</strong> la efectividad, la eficiencia o la competitividad— surge<br />

precisamente de su indiferencia ante la cualidad de los valores<br />

que propone <strong>como</strong> «denominador común». Los llamados valores<br />

económicos ofrecen una guía supuestamente infalible para<br />

nuestras elecciones simplemente pasando por alto, infravalorando<br />

o borrando todo aquello que ha hecho necesaria la elección<br />

e indispensable la «obra colectiva»: las diferencias genuinas<br />

entre varias maneras de ser humanas, lo bueno que cada<br />

una de ellas fomenta, la imposibilidad de elegir valores sin sacrificar<br />

valores. Tal <strong>como</strong> Simmel había señalado hace mucho<br />

tiempo, lo que hace valiosos a los valores es el precio que pagamos<br />

por ellos, entregando o viendo a cambio confiscadas otras<br />

cosas igualmente valiosas y cuya preservación es igualmente digna<br />

de esfuerzos. En este sentido, la promoción del cálculo económico<br />

al rango de valor supremo, de hecho único, constituye<br />

una fuente importante de la amenaza nihilista, junto con otras<br />

variedades de fundamentalismo contemporáneo.<br />

Nuevamente es Jeffrey Weeks quien confiere la perspectiva<br />

correcta al presente dilema al decir que, si la «humanidad» se<br />

entiende <strong>como</strong> «la unidad de la especie»,<br />

[...] el desafío es la construcción de esa unidad de manera que<br />

alcance («invente» o «imagine») un sentido del «valor humano<br />

universal», al mismo tiempo que represente la diversidad y las diferencias<br />

entre los seres humanos [...]<br />

<strong>La</strong> humanidad no es una esencia que se deba comprender, sino<br />

una construcción pragmática, una perspectiva que hay que<br />

desarrollar a través de la articulación de toda la variedad de proyectos<br />

individuales y de diferencias que constituyen nuestra humanidad<br />

en el sentido más amplio. [...]

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