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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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322 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

por el otro (un posicionamiento que debe ser tan universal que<br />

pueda involucrar estrategias tan distanciadas <strong>como</strong> las de la<br />

hermenéutica y las de las ciencias empírico-analíticas). A la primera<br />

categoría pertenecen rasgos tan diversos <strong>como</strong> la inclusión<br />

o la exclusión de la experiencia subjetiva de los seres<br />

humanos investigados en tanto que evidencias «factuales» admisibles,<br />

que circunscriben el cuerpo de preceptos a los que se<br />

acuerda el estatus de «datos primarios», o las reglas que determinan<br />

cómo se han de vincular los conceptos con los datos primarios<br />

para admitirlos en el discurso científico. Por radical e<br />

intransigente que sea la actitud que se toma sobre estas cuestiones,<br />

incluidos los rasgos mencionados, éstas continúan localizándose<br />

inequívocamente dentro del vasto territorio de la<br />

«ciencia objetiva», tal <strong>como</strong> lo delinearon los principios germinales<br />

de Bacon y Comte. <strong>La</strong> segunda categoría también incluye<br />

constituyentes indispensables de la actitud científica, entre ellos<br />

la premisa de la existencia de un abismo infranqueable entre el<br />

Ser «real» y el Debería «abstracto», el reconocimiento de la supremacía<br />

incondicional del Objeto en el proceso de cognición<br />

y verificación, o el postulado de la completa indiferencia, neutralidad<br />

y desapasionamiento por parte del sujeto cognoscente.<br />

El último postulado luce todos los signos de la conciencia propia<br />

reprimida, pero tal <strong>como</strong> Habermas había señalado con<br />

acierto, esta falsa conciencia tiene una función protectora importante:<br />

quitad el escudo del autoengaño y no quedará nada<br />

que pueda desacreditar y desenmascarar la absurdidad de una<br />

genética «soviética» o de una física «fascista». 99 <strong>La</strong> ciencia positiva,<br />

con todas sus premisas —incluyendo su obstinada, voluntaria<br />

y consciente ceguera sobre sí misma— es el único camino<br />

que puede satisfacer el interés humano en el dominio de<br />

la técnica.<br />

Sin embargo, aceptar esto no quiere decir aceptar el positivismo,<br />

a menos que lo definamos <strong>como</strong> la actitud científica.<br />

Históricamente, el positivismo ha sido una escuela filosófica,<br />

LA CULTURA COMO PRAXIS 323<br />

dominante en su momento, que afirmaba que la ciencia era el<br />

único conocimiento que valía la pena, la única fuente de fórmulas<br />

lo suficientemente fiables <strong>como</strong> para merecer la atención<br />

humana, que la cognición no era un esfuerzo fútil ni deletéreo<br />

sólo si se subordinaba a las reglas de la ciencia positiva, y que<br />

no hay nada que aprehender ni que apropiarse cognitivamente<br />

aparte del tipo de realidad accesible a través de la ciencia positiva,<br />

que pivota sobre las premisas de ésta. Dado que la regla<br />

que prohibe extraer conclusiones normativas a partir de afirmaciones<br />

sobre la realidad ha sido siempre una de las piedras<br />

angulares de la ciencia positiva, la argumentación positivista<br />

se revela irreductible e inherentemente inconcluyente. Resulta<br />

inevitable que el positivismo sea una actitud normativa, precisamente<br />

el tipo de modalidad que denigra en tanto que cognitivamente<br />

superfluo e irrelevante. Mientras desdeñe la cuestión<br />

de los medios que podrían haber proporcionado el tipo de autoridad<br />

que ha otorgado arbitrariamente a la realidad trascencental,<br />

el positivismo está condenado a continuar siendo un acto<br />

de fe.<br />

Se puede defender la suposición de que el positivismo es la<br />

conciencia de la sociedad alienada. De hecho, se puede observar<br />

una llamativa coherencia entre el tipo de vida generada por<br />

esta sociedad y las premisas positivistas fundamentales sobre la<br />

naturaleza del universo, así <strong>como</strong> sobre el origen y la función<br />

del lenguaje.<br />

<strong>La</strong> sociedad alienada distingue drásticamente entre las esferas<br />

pública y privada de la vida humana. <strong>La</strong> misma vida privada<br />

emerge escindida de esta separación, dividida en dos partes<br />

cada vez más distanciada e incomunicables. El fenómeno<br />

llamado sociedad se rasga en dos mitades, que alimentan la<br />

brecha que las separa, prosperan en la incurabilidad de la herida<br />

y recluyen en cada una de ellas los significados generados<br />

espontáneamente en su seno. <strong>La</strong> primera mitad de la esfera privada<br />

es la dotación de la persona para su capacidad de trabajo

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