Zygmunt Bauman La cultura como praxis
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154 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />
se intenta refundirla para obtener un instrumento de análisis<br />
específico. ¿Qué quiere decir exactamente «la <strong>cultura</strong> de toda<br />
la humanidad»? ¿Se trata de un sistema sensu stricto, es decir,<br />
de un conjunto de unidades comunicadas e interrelacionadas?<br />
Y, si es así, ¿qué y cuáles son las unidades que hay que considerar<br />
si se descartan las «<strong>cultura</strong>s específicas» (nacionales, tribales<br />
o, más generalmente, grupales) en tanto que «fragmentos<br />
seleccionados arbitrariamente» o en tanto «meras porciones<br />
distinguibles»? ¿En qué sentido la <strong>cultura</strong> del género humano<br />
en conjunto constituye una totalidad real, producto de comparaciones<br />
empíricas y síntesis teoréticas, en lugar de tener una<br />
existencia simplemente analítica? Una razón por la que es probable<br />
que encontremos estas preguntas engorrosas, embarazosas,<br />
es la evidente falta de las correspondientes unidades<br />
analíticamente distinguibles entre los artefactos teóricos de la<br />
sociología (definida <strong>como</strong> el enfoque de la estructura social en<br />
el estudio de la vida humana). <strong>La</strong> sociología que maduró con el<br />
florecimiento de la civilización occidental tal <strong>como</strong> la conocemos<br />
hoy día, presenta un sesgo nacional endémico. No reconoce<br />
una totalidad más amplia que la nación políticamente organizada;<br />
la palabra «sociedad», tal <strong>como</strong> la usan casi todos los<br />
sociólogos independientemente de su adscripción teórica, sería<br />
un nombre para una entidad idéntica en tamaño y composición<br />
al Estado-nación. Vocablos <strong>como</strong> «humanidad», «género humano»,<br />
etc., si llegan siquiera a aparecer en la literatura sociológica<br />
profesional, o bien se emplean en un sentido metafórico,<br />
vagamente genérico o abreviado, o bien se contemplan <strong>como</strong><br />
etiquetas analíticamente vacías que designan propiamente agregados<br />
de sociedades, nunca sistemas, conjuntos de unidades,<br />
pero no de las interrelaciones que las conectan. Hay que admitir<br />
que, a veces, algunos sociólogos (o, más frecuentemente,<br />
psicólogos sociales) comentan regularidades, si no leyes, relacionadas<br />
con el «hombre» <strong>como</strong> tal, al margen de su especificidad<br />
nacional, geográfica o histórica. Sin embargo, éste es un<br />
LA CULTURA COMO CONCEPTO 155<br />
«hombre» en tanto que muestra aleatoria y no sustituye a la<br />
«totalidad del género humano»; se trata de un producto de un<br />
proceso analítico de abstracción, no de síntesis, y apenas puede<br />
servir <strong>como</strong> pieza básica para construir un modelo de sociedad<br />
única, por no decir nada del género humano <strong>como</strong> totalidad.<br />
El concepto de <strong>cultura</strong> <strong>como</strong> un sistema global de la<br />
humanidad queda, por tanto, en el vacío y carece de fundamentos<br />
«sustantivos» sobre los que descansar. No sorprende,<br />
pues, que White o Lowie no fueran muy lejos —de hecho no<br />
dieron ni un solo paso— desde sus afirmaciones programáticas.<br />
Da la impresión de que mientras la sociología no desarrolle<br />
conceptos analíticos de una escala comparable, ese tipo de<br />
pronunciamientos se verán condenados a quedarse en declaraciones<br />
de fe sin relevancia directa en los procedimientos<br />
cognitivos reales. Si se emplean prematuramente <strong>como</strong> guías<br />
analíticas, lo más probable es que conduzcan a los estudiosos<br />
por el camino trillado de los cazadores del «común denominador».<br />
2. Otra alternativa se inspira en el modelo de sistema social<br />
del funcionalismo-estructural. El carácter genérico del concepto<br />
de <strong>cultura</strong> que éste promueve se apoya en la premisa de la<br />
universalidad de los prerrequisitos que se deben cumplir para<br />
asegurar la supervivencia de cualquier sistema social imaginable.<br />
Sea cual sea el sistema social que elijamos <strong>como</strong> punto de<br />
partida, siempre podemos detallar un inventario de necesidades<br />
fundamentales que podemos satisfacer de uno u otro modo.<br />
Algunas de ellas no se pueden satisfacer si no es a través de<br />
instituciones artificiales, construidas por el hombre; de ahí se<br />
deduciría un marco universal que cada <strong>cultura</strong> específica debe<br />
rellenar, independientemente de sus rasgos idiosincrásicos.<br />
Aunque existe una afinidad obvia entre esta estrategia y la<br />
que originó y cultivó Talcott Parsons, algunas de sus aplicaciones<br />
resultan notablemente ingeniosas y esclarecedoras. Así, por<br />
ejemplo, Edward M. Bruner 81 —aparte de algunos «prerrequi-