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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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330 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

tienen los miembros sobre la esfera de negociación o «realización<br />

continua», y sólo en dichas visiones reside. Sin embargo,<br />

hay que admitir que esas visiones son diversas y que no hay<br />

nada que evite que sean mutuamente contradictorias. Pero<br />

tampoco hay nada que permita distinguir entre una verdadera<br />

y otra falsa; de hecho, la escuela tendría problemas si se le<br />

obligara a definir lo que es verdad en el lenguaje que considera<br />

legítimo. <strong>La</strong>s palabras «correcto» y «equivocado», «verdadero»<br />

y «falso», están fuera de lugar en su vocabulario. No<br />

se puede permanecer leal a los axiomas de la escuela y afirmar<br />

que una «definición o situación» específica es errónea; de hecho,<br />

ni siquiera se puede intentar plantear el problema de que<br />

un partidario concreto de una «definición» particular haya<br />

resultado estafado, timado, engañado, embaucado o simplemente<br />

que haya revelado su credulidad o su pura estupidez.<br />

Por consiguiente, poca guía puede ofrecer la escuela a alguien<br />

que busca un propósito perdido. Cuando todo es igualmente<br />

válido, en tanto que «vivido <strong>como</strong> experiencia», no se puede<br />

confiar en nada <strong>como</strong> punta de lanza segura de una afirmación<br />

sobre el sujeto.<br />

El vínculo más íntimo entre el positivismo y nuestra alienada<br />

sociedad ha encontrado su expresión en la profesión de fe<br />

positivista, según la cual el único conocimiento válido es el que<br />

está vacío de interés, wertfrei. Los críticos, presuntamente desafiantes,<br />

han arreciado sus invectivas ante esta aquiescencia<br />

complaciente de la condición humana en la que el lugar de<br />

control de un proceso vital determinado está más allá del alcance<br />

de su protagonista. Sin embargo, no han dirigido bien<br />

sus andanadas que apuntaban hacia la adoración positivista de<br />

la verdad objetiva, el único baluarte incontrovertido de la filosofía<br />

que proporciona a nuestra civilización su baza más importante,<br />

la ciencia positiva. Da la impresión de que los rivales<br />

recientes del positivismo se hallan empeñados en disolver los<br />

sedimentos más valiosos de la erosión positivista del intelecto,<br />

LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

331<br />

sólo para dejar al descubierto aquellos principios filosóficos<br />

que supuestamente condenan: los que deben su origen y su<br />

persistencia a la realidad de la sociedad alienada.<br />

Ningún ataque sobre dichos principios puede ser del todo<br />

exitoso si se limita a la crítica filosófica, si el blanco se reduce<br />

a la filosofía positivista, mientras se acepta <strong>como</strong> realidad<br />

indivisible la sociedad alienada, a la cual la primera debe<br />

su vigor y su irresistible influencia sobre el sentido común. El<br />

positivismo representa y forma parte de la sociedad que hace<br />

convincente su argumentación sobre la localización trascendental<br />

de toda autoridad, sea práctica o cognitiva. <strong>La</strong> forma<br />

de desmantelar los cimientos de la ascendencia positivista no<br />

es el cuestionamiento del derecho humano a fundir interés y<br />

conocimiento, sino del monopolio de lo «real» <strong>como</strong> fuente<br />

de conocimiento válido. Lo cual no quiere decir que el conocimiento<br />

de lo real no sea válido. Antonio Gramsci diría que<br />

las leyes «naturales» de la economía funcionan mientras las<br />

masas humanas se comportan según la rutina ordinaria, monótona<br />

y superficial de una sociedad alienada; mientras sea<br />

así, se puede confiar en el aparente carácter repetitivo de los<br />

fenómenos observados <strong>como</strong> el fundamento de un conocimiento<br />

de fiar. Pero esa base supuestamente segura se pone<br />

patas arriba en cuanto las masas salen de su complacencia comatosa<br />

y se embarcan en aventuras «inusuales», «ilegales»,<br />

«improbables» y «sin garantía alguna». Poco nos puede decir<br />

la ciencia positiva sobre estas repentinas rachas de creatividad<br />

de las masas, y mucho menos puede predecirlas, tal <strong>como</strong><br />

predice el comportamiento de una solución en un tubo de ensayo.<br />

Lo que hace mejor la ciencia es describir lo real. Sin embargo,<br />

siempre se queda corta cuando se le pide comentar lo<br />

posible. Por suerte, la ciencia positiva, con todos sus logros<br />

incuestionables, no es el único conocimiento que los humanos<br />

necesitan y pueden crear. Y es aquí, pensamos, donde entra<br />

el concepto de <strong>cultura</strong>.

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