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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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296 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

mente con la llegada de la sociedad moderna, compleja y altamente<br />

móvil. Bastantes antropólogos han comentado el fenómeno.<br />

En su celebrada teoría de las ceremonias, Max Gluckman<br />

explicaba correctamente la desaparición repentina de los<br />

antaño ubicuos ritos a partir de la constatación de que, en muchos<br />

casos, el paso a un nuevo rol en nuestra sociedad se asocia<br />

con un cambio del conjunto de personas con las que se interactúa.<br />

Los grupos nuevos y viejos conocen un solo papel del<br />

individuo en cuestión; luego, parece superfluo el anuncio público<br />

de una nueva cualidad social que se le pueda atribuir, presentación<br />

que supone precisamente la esencia de los ritos de<br />

paso. Probablemente, la racionalización subyacente es <strong>como</strong> sigue:<br />

la omnipresencia y la alta frecuencia de los ritos responde<br />

a las necesidades de sociedades pequeñas y autosuficientes en<br />

las cuales los individuos acumulan roles múltiples, llevados a cabo<br />

en contextos de interacción distintos, pero siempre en el mismo<br />

grupo, con los que se encuentran una y otra vez, aunque sea a<br />

través de planos diversificados. En una sociedad compleja, moderna,<br />

los espectadores, los receptores y los sujetos de la representación<br />

de un rol por parte del individuo pueden cambiar<br />

cuando dicho rol cambia; por consiguiente, los mencionados ritos<br />

no sólo pierden su función y se convierten en redundantes,<br />

sino que carecen de significado para la audiencia que no conoce<br />

su contexto estructural. En definitiva, los ritos dejan de ser<br />

determinados por la estructura de la sociedad y, consecuentemente,<br />

acaban decayendo y desvaneciéndose gradualmente.<br />

Por convincente y aceptable que pueda parecer la explicación<br />

anterior, con toda la sutileza y refinamiento de la noción<br />

de determinación que emplea, no pasa la prueba de la metodología<br />

de la <strong>praxis</strong>. Ciertamente el contexto de una red de múltiples<br />

niveles de intensa interacción social, pequeña y autosuficiente,<br />

es un contexto que «presiona» a favor de la clara<br />

visibilidad y del carácter conspicuo de los signos que señalan<br />

los cruces de caminos conductuales. <strong>La</strong> facilidad y la versatili-<br />

LA CULTURA COMO PRAXIS 297<br />

dad con la que los individuos pasan de un rol a otro, seguros de<br />

que recibirán la respuesta adecuada por parte de sus compañeros,<br />

constituye un logro que precisamente hay que atribuir en<br />

gran medida a los ritos de paso. Entre otras cosas, la <strong>praxis</strong> de<br />

les rites crea y perpetúa la sociedad comentada. A menudo esta<br />

aparente reciprocidad de influencias se trata con un concepto<br />

de «interacción de causa y efecto» que desafía la lógica y ridiculiza,<br />

más que rescata, el determinismo convencional. Toda<br />

la idea de causa en relación con el efecto asume la existencia de la<br />

causa independientemente de la materialización del efecto, pero<br />

justamente ése no es el caso en el ejemplo analizado, <strong>como</strong><br />

no lo es, en general, en el resto de campos de la <strong>praxis</strong>.<br />

De manera similar, la relación que tratamos de comprender<br />

se resiste al tratamiento funcional convencional. El proyecto<br />

del funcionalismo <strong>como</strong> metodología explicativa apunta a un<br />

blanco que se frustra a sí mismo. No se contenta con modelar<br />

la red de comunicaciones entre las unidades de un sistema empíricamente<br />

accesible o lógicamente imaginable; desea explicar<br />

la presencia de algunas de estas unidades en términos de «requerimientos»<br />

y «prerrequisitos» o, simplemente, determinaciones<br />

por parte de otras unidades o por parte del sistema <strong>como</strong><br />

un todo, <strong>como</strong> una supraentidad. I. C. Jarvie recalca correctamente<br />

que, al seleccionar el sistema <strong>como</strong> el marco de referencia<br />

último, el funcionalismo difícilmente podrá sobrevivir a<br />

sus propias pretensiones, ya que «no va más allá de los hechos<br />

que pretende explicar», 65 con lo cual lo que ofrece no es lo que<br />

solemos entender por «explicación» (una reducción a una red<br />

más general que el caso explicado). Por importante que sea este<br />

punto, las razones de la inadecuación endémica del funcionalismo<br />

para el tratamiento de la <strong>praxis</strong> humana son mucho<br />

más profundas que la todavía discutible torpeza del funcionalismo<br />

en la tarea de deducir «funciones» de los «prerrequisitos»<br />

(más que postular «prerrequisitos» a partir de la presencia<br />

de «funciones», tal <strong>como</strong> hace, de hecho, en flagrante contra-

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