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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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292 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

pervivencia. Sólo hay una manera de evitar esta deficiencia paradójica:<br />

cambiando el motor de la adaptación de la especie al<br />

individuo, del instinto al aprendizaje. Pero incluso el poderoso<br />

instrumento del aprendizaje (es decir, el hacerse sensible a<br />

nuevas oposiciones semióticas y hacerlas significativas, lo que<br />

supone asociarlas a las correspondientes pautas opuestas de<br />

respuesta) sólo tendría un valor adaptativo limitado si su uso<br />

quedara restringido a un único tipo de entorno, por ampliamente<br />

que se concibiera, al cual se ajustara la especie sensorial<br />

y cognitivamente. «El aumento de las posibilidades adquiridas<br />

por el organismo en el curso de la evolución», en el cual<br />

Piaget, siguiendo a Rensch, ve la mejor medida del progreso<br />

evolutivo, 62 sólo cuaja si la habilidad para aprender se complementa<br />

con la capacidad creciente de la especie para conservar<br />

el entorno dentro de los parámetros que delinean las fronteras<br />

de las adaptación evolutiva de la especie (hay que tener en<br />

cuenta que el entorno se ha vuelto incomparablemente más rico<br />

en significados y, por lo tanto, sus probabilidades de permanecer<br />

«estable» por sí solo han descendido). <strong>La</strong> optimización<br />

de las condiciones de vida en especies muy sensibles, ricas<br />

semióticamente y diversificadas conductualmente sólo se puede<br />

llevar a cabo a través de la creación activa de un entorno estabilizado<br />

de forma artificial (es decir, por obra de la especie en<br />

cuestión). En otras palabras, requiere una <strong>praxis</strong> ordenadora. <strong>La</strong><br />

<strong>praxis</strong> humana, con todas sus reglas generativas funcionalmente<br />

inevitables, parece un prerrequisito de la sociedad humana, más<br />

que uno de sus artefactos simbólicamente motivados.<br />

<strong>La</strong>s heces, la sangre menstrual, los recortes de uñas y de pelo<br />

no tienen por qué simbolizar revueltas callejeras o golpes de<br />

Estado para ser asquerosas, misteriosas o, incluso, terroríficas.<br />

Son lo que son, casi instintivamente, por su estatus semiótico<br />

«viscoso». No pertenecen ni a aquí ni a allí: cruzan las fronteras<br />

cuyo carácter inequívoco es el fundamento mismo del orden.<br />

Comparten esa traicionera cualidad con zorros o ratones,<br />

T<br />

LA CULTURA COMO PRAXIS 293<br />

que pertenecen al «yermo», pero viven en una estrecha comensalidad<br />

con nosotros; o con los extraños, que tratan de reconciliar<br />

lo irreconciliable, ser nativos y extranjeros a un tiempo.<br />

Su «viscosidad» tiene poco que ver con su sustancia: a diferencia<br />

de las viscosidades naturales, <strong>como</strong> el cieno o la baba, es<br />

producto de la <strong>praxis</strong> humana. <strong>La</strong> «viscosidad» rellena las áreas<br />

solapadas de las distinciones creadas por el hombre, aunque<br />

probablemente lo hace de modos diversos. En este sentido genético-semiótico,<br />

más que simbólico, lo viscoso se puede localizar<br />

rastreando la actividad de la sociedad humana o, más precisamente,<br />

de la <strong>praxis</strong> ordenadora humana.<br />

En su clásico estudio «Magical Hair», Leach ha estudiado<br />

en detalle un ejemplo ilustrativo de la capacidad endémica que<br />

tiene la <strong>praxis</strong> humana para crear viscosidad. Si se elige un peinado<br />

concreto para significar el rango social del individuo (en<br />

tanto que signo diferenciador entre ésta y otras partes de la estructura<br />

social), entonces un persona con ese peinado pertenece<br />

a una categoría diferente que otra sin él (definiéndose, pues,<br />

conjuntos de derechos y deberes distintos). Luego, el procedimiento<br />

de crear el peinado, que implica cortar cabello, es un<br />

potente acto creativo que otorga a la persona su nueva cualidad<br />

definitoria. Así pues, los cabellos cortados adquieren una nueva<br />

viscosidad, producto de la <strong>praxis</strong>, que se añade a la que poseían<br />

«naturalmente» y aumentan e intensifican sus poderes<br />

mágicos. No sólo atraviesan la frontera casi pre<strong>cultura</strong>l entre<br />

«yo» y «no yo», sino que se sitúan a los dos lados de una pared<br />

infranqueable que debe separar dos posiciones sociales distintas.<br />

«El acto de separación [...] no sólo crea dos categorías de<br />

personas, sino que también crea una tercera identidad, la cosa<br />

que se ha separado ritualmente.» 63 Podríamos decir que su estatus<br />

es tan insoportable <strong>como</strong> el de la sangre menstrual, aunque<br />

el patrón se ha invertido: si la sangre no se hubiera derramado,<br />

habría nacido un individuo; si no se hubiese cortado el<br />

pelo, la persona habría permanecido en su estatus anterior. <strong>La</strong>

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