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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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302 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

tidad. 70 Cualquier cosa que entre en el «espacio personal» se<br />

convierte automáticamente en viscosa y libera el impulso de generar<br />

tabúes al respecto. Ahora bien, hay que tener cuidado<br />

con no tomarse la noción de «espacio personal» demasiado literalmente:<br />

la tendencia de muchos psicólogos, los etólogos en<br />

particular, a definir el concepto en su sentido inmediato de<br />

«proximidad física» resulta bien comprensible dado su interés<br />

en las propensiones conductuales generales, aquellas que los<br />

humanos comparten con otros animales; sin embargo, el espacio<br />

en el que viven los seres humanos es sobre todo simbólico<br />

y los humanos disponen su inclinación a diferenciar sobre un<br />

lienzo simbólico, que se resiste muy a menudo a cualquier intento<br />

de cartografiarlo según coordenadas «físicas», espaciales<br />

o temporales (en contraste con los animales que sólo pueden<br />

materializar el mismo tipo de inclinación en los canales suministrados<br />

por la Naturaleza). Luego, el «espacio personal» representa<br />

la seguridad del estatus tanto <strong>como</strong> la seguridad del<br />

cuerpo, el «espacio vital» representa la seguridad de las fronteras<br />

del grupo y la inviolabilidad de los territorios de caza o de<br />

pasto. En realidad, cualquier área extensa de fronteras conceptuales<br />

resulta impensable fuera de algún universo simbólico,<br />

con lo cual <strong>como</strong> mucho mantiene una tenue relación con el<br />

mundo animal.<br />

Nuevamente, el problema de que muchas fronteras marcadas<br />

simbólicamente se perciban <strong>como</strong> particularmente vulnerables<br />

y, en consecuencia, generadoras de viscosidad depende<br />

un última instancia de la <strong>praxis</strong> humana <strong>como</strong> también lo hacen<br />

el tolerar el cruce de las fronteras o el uso ilícito de signos<br />

no bienvenidos, inapropiados y confusos. El material sobre el<br />

que se graban los signos es más que nada una cuestión técnica.<br />

Pero, aparte de algunos materiales perennes suministrados universalmente<br />

por la Naturaleza (pelo, complexión facial, modelado<br />

del busto y de los brazos.. .), 71 y que son la primera selección<br />

obvia en muchas circunstancias, casi todos los materiales<br />

LA CULTURA COMO PRAXIS 303<br />

varían en función de la clase de sustancia procesada en el curso<br />

de la <strong>praxis</strong>. El punto importante es que no todas las diferencias<br />

«naturales» son necesariamente percibidas <strong>como</strong> puestos<br />

de fronteras; se convierten en tales sólo si la <strong>praxis</strong> comunitaria,<br />

diversa según las circunstancias, les otorga un significado<br />

social. No hace demasiado, la ropa de los jóvenes era la «ropa<br />

adulta» ordinaria cortada a una medida más pequeña, paralelamente<br />

a la definición social de los jóvenes <strong>como</strong> «adultos en<br />

miniatura» y a su evaluación progresiva según su proximidad<br />

creciente respecto a los niveles adultos estandarizados. Los parámetros<br />

del corte masculino en el vestir han experimentado<br />

unos cambios drásticos a partir del abandono del viejo concepto<br />

de «aprendizaje» y de la congestión de las inmediaciones de<br />

las fronteras intergeneracionales por una multitud de distinciones<br />

sociales significativas. De manera comparable, existen amplias<br />

evidencias de que el color de la piel pasaba desapercibido<br />

en el Mediterráneo antiguo y apenas se le concedía la importancia<br />

suficiente para registrar su incidencia; en el fárrago<br />

racial del Imperio Romano, las diferencias sociales no se solapaban<br />

con las divisiones «naturales»; simplemente las distinciones<br />

«naturales» entre los hombres ni se percibían ni, mucho<br />

menos, merecían que se les prestase atención. Roland Barthes<br />

dice que se necesita un mito para «transformar la historia en<br />

naturaleza», 72 para creer que el producto de la <strong>praxis</strong> humana<br />

es una ley ineludible de la Naturaleza. Cuesta encontrar alguna<br />

excepción a esta regla, incluso en el caso de diferencias tan<br />

«obviamente naturales» —por ser casi universales y panhistóricas—<br />

<strong>como</strong> las existentes entre hombres y mujeres. <strong>La</strong> <strong>praxis</strong><br />

moderna está corroyendo vigorosamente nuestra confianza inquebrantable<br />

en la irrevocabilidad de esta distinción sólidamente<br />

establecida, y lo hace desafiando las oposiciones sexuales<br />

en la forma de vestir, en el cortejo y en el acto sexual, en los<br />

hábitos sociales, en la deferencia jerárquica, etc. No es que, de<br />

repente, los signos de la frontera resulten ilegibles o que hayan

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