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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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142 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

Por derrotistas y tambaleantes que parezcan las pretensiones<br />

de los diferencialistas cuando Manners y Kaplan las ponen<br />

en evidencia, no da la impresión que hayan perdido su influencia<br />

sobre la mente de los antropólogos. El influjo que la<br />

lógica de las situaciones empíricas ejerce sobre la actividad teórica<br />

es aparentemente irresistible. Los involucrados profundamente<br />

en el trabajo de campo encuentran difícil distanciarse<br />

lo suficiente de él y descuidar detalles que, tal <strong>como</strong> se les<br />

han adoctrinado, constituyen el meollo de cualquier contribución<br />

que puedan hacer al conocimiento humano. De forma<br />

harto natural, no ven la relación entre sus métodos de campo<br />

y el concepto de <strong>cultura</strong> de la misma manera que lo hacen<br />

Manners y Kaplan. Están realmente convencidos de que el<br />

«carácter único» de lo que observan y describen es un atributo<br />

del fenómeno descrito y no del muy bajo nivel de particularidad<br />

discriminatoria que han elegido deliberadamente o que<br />

han heredado sin saberlo. Por dar un ejemplo, Robert Redfield,<br />

al embarcarse en la audaz aventura de las tipologías<br />

generalizadas, pensó que era posible y deseable absolver y exculpar<br />

a aquellos que habían retrocedido y abandonado su estela:<br />

65<br />

Leyendo a Radcliffe-Brown sobre los andamaneses, uno no<br />

siente la necesidad de ninguna explicación importante acerca de<br />

algo exterior a las pequeñas comunidades que describe. Y, de hecho,<br />

era verdad que estas comunidades primitivas se podían considerar<br />

sin hacer referencia a nada demasiado exterior a ellas; podían<br />

ser más o menos entendidas por un hombre trabajando solo. Y ese<br />

hombre tampoco necesitaba ser un historiador, ya que, entre aquellas<br />

gentes sin escritura, no había historia que aprender. [...] El<br />

antropólogo puede ver en semejante sistema evidencias de elementos<br />

<strong>cultura</strong>les comunicados por otros a ese grupo o tribu, pero<br />

entiende que el sistema, tal y <strong>como</strong> es ahora, se mantiene en marcha<br />

por sí mismo y, para describir sus partes y sus obras, no necesita<br />

salir fuera del pequeño grupo propiamente dicho.<br />

f<br />

LA CULTURA COMO CONCEPTO<br />

Es decir, no es que «una <strong>cultura</strong>» se vea <strong>como</strong> una entidad<br />

aislada y única debido a que, por una u otra razón, se le haya<br />

aplicado la concepción diferencialista de <strong>cultura</strong>. Es más bien<br />

que la <strong>cultura</strong> es, de hecho, un sistema de rasgos contenido en<br />

sí mismo, rasgos que distinguen una comunidad de otra; consecuentemente,<br />

en vez de colaborar en el modelado de la visión<br />

del antropólogo, la concepción diferencial refleja la verdad objetiva<br />

que ha descubierto.<br />

<strong>La</strong> visión del campo <strong>cultura</strong>l asociada al concepto diferencial<br />

de <strong>cultura</strong> engendra un amplio espectro de cuestiones específicas<br />

en las cuales tienden a concentrase los intereses de la<br />

investigación. <strong>La</strong> cuestión principal es, naturalmente, el fenómeno<br />

del «contacto <strong>cultura</strong>l». Si cualquier <strong>cultura</strong> constituye<br />

por definición una entidad única, coherente y autosuficiente,<br />

cualquier situación ambigua o equívoca, cualquier ausencia<br />

de compromisos unilaterales visibles o incluso cualquier falta<br />

aparente de cohesión se suelen ver <strong>como</strong> el efecto del «encuentro»<br />

o del «choque» entre conjuntos <strong>cultura</strong>les que, si no fuera<br />

por eso, existirían aislados y cohesionados. Este impacto de la<br />

concepción diferencial de <strong>cultura</strong> está ya tan encajado en el<br />

pensamiento popular que percibimos y utilizamos la noción del<br />

«choque <strong>cultura</strong>l» <strong>como</strong> si fuese evidente, una verdad del sentido<br />

común. Sin embargo, una mirada hacia el pasado intelectual<br />

del mundo occidental aporta serias dudas sobre la atemporalidad<br />

y el origen espontáneo de esta creencia. Margaret T.<br />

Hogden descubrió que la vasta literatura sobre viajes dejada<br />

por numerosos peregrinos a Tierra Santa durante la Baja Edad<br />

Media no contenía ni una sola prueba de que los europeos inteligentes<br />

de la época experimentasen nada comparable al hoy<br />

tan de moda y tan de sentido común shock <strong>cultura</strong>l: «Expresaban<br />

poca o ninguna curiosidad por sus compañeros, poco interés<br />

por los modos ajenos y pocas reacciones ante las diversidades<br />

<strong>cultura</strong>les». De igual manera, no hay evidencia alguna de<br />

que los indios que Colón trajo a Europa durante un estadio<br />

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