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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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126 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

mente humana» (1920) diciendo que se podía demostrar que<br />

cualquier rasgo social ampliamente extendido «no era [la] respuesta<br />

psicológica inmediata y universal que obtendríamos, sino<br />

un fenómeno único y local que se ha propagado gradualmente<br />

por un área sin soluciones de continuidad mediante préstamos<br />

<strong>cultura</strong>les». 42 El difusionismo era un complemento insoslayable<br />

de un diferencialismo coherente. Si, siguiendo a Clyde Kluckhohn,<br />

por ejemplo, definimos <strong>cultura</strong> <strong>como</strong> «una manera de<br />

pensar, sentir, creer», <strong>como</strong> el «conocimiento del grupo almacenado<br />

[...] para usos futuros», 43 asumimos que la probabilidad<br />

de que varias <strong>cultura</strong>s sean capaces de llegar por sí mismas a<br />

una solución idéntica es tan remota <strong>como</strong> la de que, entre varias<br />

comunidades reproductoras separadas, las mismas mutaciones<br />

aparezcan simultáneamente, evolucionando en tendencias genéticas<br />

paralelas. En consecuencia, la hipótesis del difusionismo<br />

se convierte automáticamente en la explicación más plausible<br />

de la similitud <strong>cultura</strong>l.<br />

David Aberle defendió convincentemente que el estructuralismo<br />

lingüístico temprano (es decir, en la forma que tomó en<br />

el momento álgido del triunfo postumo de Ferdinand de Saussure)<br />

había sido la principal inspiración del diferencialismo<br />

<strong>cultura</strong>l. <strong>La</strong> fácil analogía entre lengua y <strong>cultura</strong> (ambos fenómenos<br />

factores constituyentes de sus respectivas comunidades]<br />

parecía haber reforzado enormemente la posición de los<br />

científicos sociales que ponen en primer plano la función diferenciadora<br />

de las <strong>cultura</strong>s. Entre numerosos paralelismos<br />

apuntados por Aberle, dos se revelan particularmente importantes<br />

en el presente contexto: <strong>como</strong> la lengua, la <strong>cultura</strong> «es<br />

selectiva», y cada <strong>cultura</strong> en concreto posee «una configuración<br />

única. No hay categorías generales para el análisis». 44 Una<br />

vez más, lo que primero había sido un postulado metodológico<br />

(de un enorme valor heurístico, sin duda) se reencarnó en<br />

un análogo <strong>cultura</strong>l bajo el atuendo de una afirmación pseudodescriptiva.<br />

f<br />

LA CULTURA COMO CONCEPTO 127<br />

4. Naturalmente, el otro lado de la moneda es el rechazo<br />

enfático de la universalidad <strong>cultura</strong>l. <strong>La</strong> única idea de universalidad<br />

compatible con la concepción diferencialista de <strong>cultura</strong><br />

es la presencia de alguna clase de <strong>cultura</strong> propia de la especie<br />

humana (tal <strong>como</strong> ocurre exactamente con el lenguaje de<br />

Saussure). Pero semejante aseveración se refiere a un rasgo universal<br />

de los seres humanos, más que a una <strong>cultura</strong> en sí misma.<br />

Hay una aparente contradicción entre nuestra generalización<br />

y los bien conocidos intentos de los culturologistas diferenciales<br />

para elaborar precisamente inventarios de «universales <strong>cultura</strong>les».<br />

Marvin Harris rastrea esta búsqueda de «universales» hasta<br />

el siglo xvm, cuando el término no se utilizaba y cuando los<br />

etnógrafos no se rompían la cabeza con la naturaleza de sus categorías<br />

descriptivas, apuntando, simple y puramente, a la ordenación<br />

del campo caótico de los datos, y tratando de introducir<br />

algo de disciplina en sus colecciones. Joseph <strong>La</strong>fitau (1724)<br />

organizó sus hallazgos bajo las rúbricas de religión, gobierno<br />

político, matrimonio y educación, ocupaciones de los hombres,<br />

ocupaciones de las mujeres, guerra, comercio, juegos,<br />

muerte y entierro, enfermedad y medicina, y lenguaje. J. N. Demeunier<br />

(1776) modificó y extendió la lista, haciendo sitio para<br />

elementos tan refinados <strong>como</strong> los parámetros de belleza o<br />

desfiguración corporal. 45 Pero hasta Clark Wissler, los autores<br />

no asumieron que dichos inventarios pretendían descubrir universales<br />

en vez de limitarse a describir simplemente los distintos<br />

elementos que buscaban. En 1923, Wissler promovió esas<br />

etiquetas sin pretensiones al impresionante rango de «patrones<br />

<strong>cultura</strong>les universales», 46 al tiempo que reducía su número hasta<br />

ocho: habla, hábitos materiales, arte, ciencia y religión, familia<br />

y sistema social, propiedad, gobierno y guerra. Con George<br />

P. Murdock, la lista volvió a crecer hasta disponerse en una<br />

enorme serie de entradas ordenadas alfabéticamente, que comprendía,<br />

entre muchas otras, cortejo, escatología, gestos, pein<br />

ados, chistes, horas de comer, costumbres durante el embara-

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