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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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264 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

en un dominio esencial para la supervivencia del grupo, la preeminencia<br />

de lo social sobre lo natural, de lo colectivo sobre lo individual,<br />

de la organización sobre la arbitrariedad.<br />

<strong>La</strong> prohibición del incesto ofrece un punto de encuentro<br />

destacado entre la naturaleza y la <strong>cultura</strong>: la naturaleza impone<br />

la necesidad de la alianza, sin definir exactamente su forma; la<br />

<strong>cultura</strong> determina su modalidad. Dasein es natural, Sosein es <strong>cultura</strong>l;<br />

esto parece un patrón universal para los vínculos que unen<br />

los fenómenos <strong>cultura</strong>les a su fundación natural, pero el patrón<br />

prácticamente nunca se ha mostrado de manera tan transparente<br />

<strong>como</strong> en el dominio explorado por <strong>La</strong>s estructuras elementales<br />

del parentesco.<br />

En esencia, la contribución de la naturaleza en el caso analizado<br />

se reduce a dos cosas: a) la necesidad de crear algún patrón,<br />

vagamente delimitado, por razones de «supervivencia»<br />

(en el sentido funcional o lógico); b) el material con el que se<br />

pueden construir los signos que conforman el patrón (<strong>como</strong>,<br />

por ejemplo, la consanguinidad). El resto pertenece a la <strong>praxis</strong><br />

<strong>cultura</strong>l. «<strong>La</strong>s estructuras mentales», que Lévi-Strauss entiende<br />

<strong>como</strong> subyacentes a toda ordenación <strong>cultura</strong>l, constituyendo<br />

así los verdaderos universales de la <strong>cultura</strong>, son tres: a) la demanda<br />

de una norma; b) la reciprocidad, <strong>como</strong> la forma más<br />

inmediata de superar la oposición entre el otro y yo; c) el carácter<br />

sintético del Don, es decir, el hecho de que transferir un<br />

valor de un individuo a otro transforma a las dos personas involucradas<br />

en miembros de una pareja, añadiendo una nueva<br />

cualidad al objeto transferido. Estos tres principios son suficientes<br />

para explicar y comprender la capacidad generadora de<br />

orden que encierra la prohibición del incesto. En realidad, se<br />

puede definir la prohibición del incesto en positivo, más que<br />

en negativo, <strong>como</strong> una oferta o un «don» recíproco, hermanas,<br />

que transforma a los hermanos que ofrecen a sus hermanas en<br />

aliados, y a las mujeres intercambiadas en los lazos de la alian-<br />

T<br />

LA CULTURA COMO PRAXIS 265<br />

za. Lévi-Strauss parece creer que los tres universales bastan<br />

para comprender la totalidad de los procesos <strong>cultura</strong>les —y<br />

no únicamente la regla del incesto, por fundamental que sea,<br />

sino la creación y el mantenimiento de la estructura social en<br />

todos sus aspectos—, aunque, por todo lo que yo sé, no los<br />

ha empleado nunca en el análisis de estructuras que no sean<br />

de parentesco. Queda por probar, pues, su suficiencia en un<br />

contexto más amplio. Da la impresión de que, para asegurar<br />

su aplicabilidad a las estructuras de las sociedades complejas,<br />

bastante alejadas de la inmediatez de los lazos de sangre y<br />

afinidad, se tendría que distender drásticamente el significado<br />

tanto de reciprocidad <strong>como</strong> de don. Aun así, la cuestión<br />

presenta innumerables dificultades y exige vastas exploraciones<br />

que, desafortunadamente, el marco del presente estudio<br />

no permite. De todos los universales distinguidos por Lévi-<br />

Strauss, aquí sólo se tratará de uno con cierto detalle: la necesidad<br />

crucial de una norma. Es sobre todo la norma que separa<br />

una parcela del universo natural y la transforma en el<br />

ámbito de la <strong>praxis</strong> <strong>cultura</strong>l.<br />

En su notable análisis sobre los rasgos universales de las<br />

cosmologías antiguas y modernas, Mircea Eliade encuentra una<br />

llamativa distinción entre el estatus cosmológico de las «islas de<br />

orden», subordinadas a las reglas creadas por el hombres, y el<br />

resto del universo percibido:<br />

El mundo que nos rodea [...] el mundo en el cual se dejan<br />

sentir la presencia y la acción del hombre —las montañas que escala,<br />

las regiones que puebla y cultiva, los ríos navegables, las capitales,<br />

los santuarios— tiene un arquetipo extraterrestre, conce-<br />

' bido <strong>como</strong> un plan, <strong>como</strong> una forma o, pura y simplemente,<br />

<strong>como</strong> un «doble» que existe en un nivel cósmico más alto. Pero<br />

no todo lo que hay en el mundo que nos rodea tiene prototipos<br />

de esta clase. Por ejemplo, las regiones desiertas habitadas por<br />

monstruos, las tierras sin cultivar o los mares desconocidos en los

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