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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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206 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

vos de la ciencia social moderna. 28 Han escogido a Durkheim y<br />

Weber <strong>como</strong> los máximos inculpados en el intento de determinar<br />

los responsables de la aflicción, de momento incurable, de<br />

la sociología. <strong>La</strong> decisión de Durkheim de unir su visión de la<br />

existencia humana con el marco de la sociedad, que equivalía a<br />

una nación políticamente organizada, cuadraba bien con la lógica<br />

inherente de su teoría del hombre, que se enraizaba, a su<br />

vez, en el pasado de la filosofía social francesa, anclándose en<br />

Jean-Jacques Rousseau y, antes que él, en Blaise Pascal. Esta visión<br />

contemplaba al ser humano <strong>como</strong> escindido en dos mitades<br />

fundamentalmente incompatibles: la bestial y egoísta frente<br />

a la celestial y altruista. Durkheim era particularmente deudor<br />

de la estratagema teórica de Rousseau para reconciliar ambas<br />

mitades a través de una idea de moralidad alcanzable mediante<br />

la aplicación de la voluntad común, que constituía la comunidad<br />

políticamente organizada. Así pues, mucho antes de Durkheim,<br />

la tradición filosófica francesa investía al Estado-nación<br />

de la autoridad moral última y anunciaba al individuo humano<br />

<strong>como</strong> el origen moral último de todo lo que es social. A Durkheim<br />

no le quedaba más que codificar lo que era un patrimonio<br />

del sentido común, arrojando <strong>como</strong> resultado lo que se tomaría<br />

en el futuro <strong>como</strong> el lenguaje de las ciencias sociales. Por lo<br />

tanto, la negativa a conceder un lugar apropiado a las entidades<br />

supranacionales dentro del sistema sociológico no podía ser<br />

más lógica. Para admitirlas en el sistema, debían ser capaces de<br />

garantizar su estatus <strong>como</strong> fuentes de autoridad moral, pero,<br />

<strong>como</strong> hemos visto, esa fuente ya se había identificado, por definición,<br />

con una comunidad organizada políticamente. Sjóberg<br />

y Vaughan citan una afirmación de Durkheim que recoge<br />

esta especie de argumentación circular, aunque no perciben su<br />

tautología intrínseca: «En contraste con la nación, el género<br />

humano <strong>como</strong> fuente de moralidad sufre esta deficiencia: no<br />

hay sociedad constituida». 29 Mientras la integración moral continúe<br />

siendo la principal preocupación y el principal organiza-<br />

T<br />

LA CULTURA COMO ESTRUCTURA 207<br />

dor temático de la sociología, el Estado-nación deberá ser la<br />

encarnación empírica de la «sociedad» en su forma más elevada,<br />

al tiempo que cualquier concepto referido a entidades supranacionales<br />

permanecerá «científicamente» vacío. Sjóberg y<br />

Vaughan asocian este sesgo restrictivo, característico de Weber<br />

y de Parsons tanto <strong>como</strong> de Durkheim, con la proclividad de<br />

los sociólogos a ideologías confinadas por parámetros nacionalistas.<br />

Sea cual sea la dirección de la cadena causal, la sociología<br />

actual, en su forma dominante, carece de usos para los<br />

universales humanos y, lógicamente, tampoco tiene los instrumentos<br />

lingüísticos necesarios para describirlos. Robert A. Nisbet<br />

mostró admirablemente cómo la sociología moderna empezó<br />

cuando «la idea de un Estado abstracto, impersonal y<br />

puramente legal se vio cuestionada por teorías que descansaban<br />

sobre la premisa de la prioridad de la comunidad, de la<br />

tradición y del estatus». 30 Tal vez haya una conexión íntima entre<br />

la prioridad de la comunidad (o Estado-nación) sobre el individuo<br />

<strong>como</strong> piedra angular de la sociología y la incapacidad<br />

endémica de la sociología para formular el problema de los<br />

universales, en lugar de establecer meras «clasificaciones comparativas».<br />

Si se pueden establecer los universales genuinos,<br />

tendrá que ser en calidad de factores operativos en el modelado<br />

tanto de los «seres epistémicos» <strong>como</strong> de los «actores de la<br />

<strong>praxis</strong>», es decir, tanto de los seres humanos individuales <strong>como</strong><br />

de sus redes de relaciones.<br />

Otra limitación inherente que empequeñece cualquier intento<br />

de la sociología vigente de abordar la cuestión de los universales<br />

humanos de manera significativa es la aceptación tácita<br />

y dócil de la institucionalización de una «división en ramas» de<br />

la sociedad y su estudio. <strong>La</strong> reproducción interna de las poblaciones<br />

de sociólogos ha conseguido duplicar la «especialización<br />

del poder» establecida: mayoritariamente somos sociólogos<br />

de la industria o de la educación o de la religión o de la<br />

política, etc. En estas circunstancias, resulta natural que se tien-

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