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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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250 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

degger o Sartre, las investigaciones pseudofenomenológicas de<br />

la naturaleza de la vida social de Merleau-Ponty o Schutz, o la<br />

temeridad de la revolución conductista en psicología, aunque<br />

sólo los existencialistas tempranos fueron lo bastante atrevidos<br />

<strong>como</strong> para llevar adelante el esfuerzo de reducir la dualidad a<br />

un denominador común unificado, y sin resultados demasiado<br />

alentadores. <strong>La</strong> tesis que trato de desarrollar en este capítulo es<br />

que la controversia entre <strong>cultura</strong> y estructura social pertenece<br />

orgánicamente a una familia de temas que brota de la experiencia<br />

básica de la naturaleza dual del estatus existencial humano.<br />

Si prescindimos de las manifestaciones filosóficas premodernas<br />

de la dualidad existencial, el tratamiento del dilema, en<br />

tanto que relacionado con los problemas prácticos de las ciencias<br />

sociales modernas, se remonta al menos al neokantismo<br />

alemán de finales del siglo XIX. 7 <strong>La</strong> distinción de Windelband<br />

entre lo inmanente y lo trascendente tuvo un papel clave y fatídico,<br />

conteniendo en esencia las ideas fundamentales de las<br />

posteriores Ventehende Soziologie («sociología interpretativa»),<br />

de la antropología <strong>cultura</strong>l y de la filosofía fenomenológica.<br />

Windelband había definido la «trascendencia» a partir de su relación<br />

con la realidad inmediata, interpretándola únicamente<br />

<strong>como</strong> un estado de conciencia. Por consiguiente, la penumbra<br />

de la trascendencia abrazaba al conjunto del mundo empírico y<br />

sólo los «debería», los valores y las formas ideales quedaban<br />

dentro del radio de alcance de la inmanencia. Con todo, Windelband,<br />

actuó con cautela para no recaer en el terreno manifiestamente<br />

estéril de la riña metafísica entre «idealismo» y<br />

«materialismo». Recogió sus problemas, sus temas, allí donde<br />

Descartes había dejado el legado de Platón. <strong>La</strong> presencia misma<br />

de lo inmanente al lado de lo trascendente, lo físico y empírico,<br />

representaba para él el rasgo distintivo de la peculiar presencia<br />

humana en el mundo. Es, por lo tanto, algo con significado,<br />

por definición. En vista de que la vida humana, a diferencia de<br />

LA CULTURA COMO PRAXIS 251<br />

los fenómenos físicos, existía en el sentido inmanente, impregnado<br />

de significado, sólo se la podía captar y aquilatar a través<br />

de una inspección igualmente inmanente. Para ser efectiva, la<br />

metodología de la cognición de los asuntos humanos tenía que<br />

corresponder a la naturaleza inmanente de dichos asuntos. «El<br />

carácter especial de la vida se entiende mediante categorías que<br />

no son aplicables a nuestro conocimiento de la realidad física.<br />

[...] Significado, valor, propósito, desarrollo, ideal, son tales<br />

categorías. [...] El significado es la categoría global a través de<br />

la cual la vida se convierte en comprensible.» 8 <strong>La</strong> totalidad de<br />

significados constituye el reino del Espíritu. Este reino es supraindividual<br />

y hace posible el proceso de la vida humana individual,<br />

con su miríada de conjeturas, precisamente porque<br />

ese proceso participa de las obras del Espíritu, ya que se sumerge<br />

en el conjunto de significados totalizado en y por el Espíritu.<br />

En contra de lo que creen muchos sociólogos, no fue<br />

Durkheim quien inventó el «enigma de las representaciones<br />

colectivas», sino que éste era un componente importante y legítimo<br />

del pensamiento europeo de la época. Aun inconsciente,<br />

nuestra impresión sobre su absurda incongruencia es un<br />

efecto derivado de la insistencia positivista en la identificación<br />

de una existencia admisible, es decir, accesible a través de los<br />

acontecimientos, empíricamente, sensitivamente. Sin embargo,<br />

el Espíritu apenas resulta expresable, y no digamos ya evidente,<br />

en el lenguaje de Windelband o Dilthey. En definitiva, el<br />

Espíritu no es una suma de las conciencias individuales y el Significado<br />

no es la opinión de la mayoría de la población. Y tampoco<br />

es, de todas formas, una fantasía metafísica: si la ausencia<br />

inexorable de evidencia es el rasgo definitorio de las entidades<br />

metafísicas, es un rasgo perfectamente accesible al conociflii en ~<br />

to y a la comprensión humanos, aunque sea, tal corno d iria<br />

Rickert y elaboraría Husserl, a través del sentimiento de la ev<br />

dencia, o de la evidencia interna, más que a través de la P e<br />

cepción sensorial.

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