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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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300 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

2. <strong>La</strong> segunda dimensión de la variación en las reacciones a<br />

la viscosidad se relaciona con el material con el que se construyen<br />

señales <strong>como</strong> la siguiente: «¡Cuidado! Carretera viscosa».<br />

Éste es un caso específico de un tema mucho más amplio, acerca<br />

de la diversidad de las sustancias con las que se manufacturan<br />

los elementos-signos <strong>cultura</strong>les, así <strong>como</strong> la relación de este<br />

canal con las distinciones <strong>cultura</strong>les que esos elementos marcan<br />

y producen. Hemos tratado esta formulación más general del<br />

problema en el capítulo segundo; entonces apuntábamos que<br />

independientemente de la posición en el lenguaje, los signos<br />

<strong>cultura</strong>les no lingüísticos no pasan las pruebas de arbitrariedad<br />

en la relación entre significante y significado. Muchos elementos<br />

<strong>cultura</strong>les, ya sean artefactos de la <strong>praxis</strong> o sus pautas, se relacionan<br />

de más de una manera, semiótica, con el proceso de la<br />

vida humana. En el presente contexto, lo importante es que la influencia<br />

de la que gozan las maneras específicas puede cambiar<br />

en función de los cambios en el foco de densidad <strong>cultura</strong>l.<br />

En su informe global acerca de los estudios recientes sobre<br />

la conducta agresiva, 68 R. Charles Boelkin y John F. Heiser mencionaron<br />

la amenaza contra el estatus <strong>como</strong> uno de los mayores<br />

estímulos para una respuesta agresiva. Una plétora de signos,<br />

muchos modelados en la interacción ritual, perpetúa y fortifica<br />

la posición establecida de un individuo:<br />

Entre dos hombres de diferente rango en una misma organización,<br />

habitualmente el de menor rango mostrará deferencia hacia<br />

su superior, abriendo las puertas, siguiéndolo más que precediéndolo<br />

en los pasillos estrechos, dejándole pasar en el bar o al<br />

ir a beber agua, ofreciéndose a buscarle un café, hablando menos<br />

que él y escuchando más, así <strong>como</strong> de muchas otras maneras, demasiado<br />

numerosas para mencionarlas en su totalidad.<br />

En esta descripción, Boelkin y Heiser se concentran en signos<br />

que parecen garantizar directamente el estatus de un indi-<br />

LA CULTURA COMO PRAXIS 301<br />

viduo, a través de la conducta de otros dirigida u orientada hacia<br />

él. Pero estos signos pertenecen semióticamente a una categoría<br />

que incluye todos los signos que ordenan, guardan y delimitan<br />

las fronteras, signos responsables de la continuación<br />

de una disposición significativa, predecible y, consecuentemente,<br />

segura de los acontecimientos. Lo que quedaría amenazado<br />

con la ausencia de los signos de deferencia jerárquica individual<br />

sería el sentimiento de certeza y de manejabilidad de la<br />

situación. Pero ese mismo sentimiento, clave en las interacciones,<br />

se halla en peligro cuando se pierde el control en cualquier<br />

otra de las «verjas» que se levantan en toda «zona de frontera»<br />

(terminología de Kurt Lewin), 69 «verjas» que se gobiernan ora<br />

mediante reglas «impersonales» y dispersas, ora mediante «guardas»<br />

personalizados específicos. Por lo tanto, podemos postular<br />

una extensión similar del alcance de la «violación de la frontera»<br />

a la que alude el siguiente sumario de Boelkin y Heiser:<br />

Un superior detectará antes los indicios de un desafío cuando<br />

un inferior que le es cercano deje de actuar deferentemente<br />

para con él y asuma pautas de conducta coherentes con las que se<br />

dan entre iguales [es decir, cuando engendre una situación típicamente<br />

«viscosa»]. Al reconocer una amenaza a su estatus [o,<br />

más generalmente, una violación del orden fundado en el carácter<br />

inequívoco de las discriminaciones], el individuo amenazado<br />

[en su seguridad cognitiva y emocional] puede iniciar toda una<br />

variedad de medidas represivas diseñadas para «poner al insurrecto<br />

en su sitio».<br />

Toda una variedad de acontecimientos, sin apenas otro rasgo<br />

común que la incidencia del «atravesar fronteras», suscita y<br />

fomenta la predisposición a respuestas agresivas. Con notable<br />

perspicacia, Thelma Veness explica la agresión corriente derivada<br />

de la invasión del «espacio personal» en condiciones de<br />

aglomeración, postulando un miedo endémico a perder la iden-

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