Zygmunt Bauman La cultura como praxis
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324 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />
única; la segunda es la satisfacción de sus necesidades únicas.<br />
Al haberse hecho trizas el vínculo natural entre ambas, el paso<br />
de la primera a la segunda tiene que ser forzosamente indirecto,<br />
transcurriendo por la esfera pública, por la «sociedad». Este<br />
esfuerzo continuo y perennemente inacabable por cerrar el<br />
vacío entre las dos mitades y por restaurar la unidad perdida se<br />
puede contemplar <strong>como</strong> la fuente inagotable de preocupación<br />
humana por la sociedad y de la persistente tendencia a la hipóstasis<br />
de lo social.<br />
<strong>La</strong> separación de la creación y del control, el corazón de la<br />
alienación, subyace en la base de la realidad social y en la imagen<br />
mental de la sociedad. El acto de la creación es la única<br />
manera de que el hombre pueda controlar su existencia en el<br />
mundo, a saber, de que consiga culminar el doble proceso de<br />
asimilación y a<strong>como</strong>dación. 100 Si se desconecta el control del<br />
acto de creación y se transplanta a la esfera de lo trascendental,<br />
la reliquia truncada del trabajo humano se presenta al propio<br />
sujeto <strong>como</strong> un acto totalmente vacío de su significado original<br />
e innato. <strong>La</strong> propia subjetividad deja de tener sentido, ya que<br />
ningún significado obvio y evidente parece llenar la parte del<br />
proceso vital que se ha reservado <strong>como</strong> dominio privado. <strong>La</strong><br />
esfera trascendental de lo público —«la sociedad»— se ha convertido<br />
en la sola morada del control. <strong>La</strong> única manera que tiene<br />
una persona de poder consumar su existencia, por lo demás<br />
mermada e imperfecta, es la de hacerse con los recursos de<br />
control almacenados en la esfera de lo público. El proceso vital<br />
subjetivo de la persona sólo se puede completar convirtiendo<br />
al sujeto en el objeto de control: la persona sólo se apropia de<br />
su subjetividad ilusoria reconociendo la incuestionable autoridad<br />
de lo público.<br />
<strong>La</strong> filosofía del positivismo refleja fielmente esta realidad<br />
del alienado mundo de los humanos. Hace una virtud de la disolución<br />
del sujeto cognoscente en la trascendencia del objeto<br />
conocido. Recrea en el universo ideal de la mente lo que ya se<br />
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ha dado en la realidad de la condición humana: la oportunidad<br />
de convertir lo mejor del sujeto en el objeto de control autoritario<br />
y dejar el resto sin significado ni importancia. <strong>La</strong> estrecha<br />
armonía entre la visión positivista del aspecto cognitivo de la<br />
relación del hombre con el mundo y la realidad alienada de su<br />
aspecto práctico constituye probablemente la causa más importante<br />
de la sorprendente vitalidad y la impresionante contundencia<br />
de la argumentación positivista. Puede ser que el florecimiento<br />
de la ciencia positiva tenga su fundamento (tal <strong>como</strong><br />
habría aseverado Habermas) en la inmortalidad del interés<br />
humano por la técnica; ciertamente, el espectacular éxito del<br />
positivismo <strong>como</strong> filosofía mundial se basa en la temporal supresión<br />
histórica de la creatividad subjetiva a la que se ha expropiado<br />
el control, así <strong>como</strong> en la reducción de la creatividad<br />
a la pura técnica, consecuencia directa de tal supresión. <strong>La</strong>s<br />
ideas positivistas encuentran, de hecho, una respuesta cálida y<br />
comprensiva en la «evidencia intuitiva» o en lo que un miembro<br />
de una sociedad alienada tome por tal. Pero esta evidencia<br />
no emana de una «actitud natural» supratemporal, sino que sólo<br />
se lo parece a los buscadores filosóficos del Absoluto; en realidad,<br />
se trata «simplemente de certeza subjetiva», tal <strong>como</strong> nos<br />
recuerda Piaget, 101 y la certeza subjetiva se puede remitir las<br />
más de las veces a la repetición y la coherencia de la experiencia<br />
corriente, iluminada y organizada por el sentido común.<br />
En consecuencia, el positivismo es más que la filosofía de<br />
los filósofos profesionales y la <strong>praxis</strong> de los científicos profesionales.<br />
Sus raíces epistemológicas así <strong>como</strong> sus orígenes axiológicos<br />
están íntimamente entretejidos con la textura misma<br />
del proceso vital humano en una sociedad alienada. Para probar<br />
la omnipresencia insidiosa de los pilares del positivismo,<br />
debida a su arraigo en la <strong>praxis</strong> alienada, baste observar la ingenua<br />
buena disposición con la que muchos críticos de la restrictiva<br />
epistemología positivista aceptan tácita y dócilmente el<br />
hecho de convertir la necesidad en virtud: la forma en la cual