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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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104 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

necesidad, el hombre occidental se ha visto condenado a la<br />

precariedad agónica de una identidad dual, con dos caras cual<br />

Jano: es una personalidad, pero también tiene una personalidad;<br />

es un actor, pero también el objeto de su propia acción;<br />

creador y criatura al mismo tiempo. Lo que es lo determina su<br />

esencia, pero se hace insistentemente responsable de dicha esencia,<br />

exigiéndose darle forma a través de su actuación existencia!.<br />

En su significación jerárquica, la <strong>cultura</strong> conduce a la misma vida<br />

frustrante y formidable de un objeto que es a la vez su sujeto.<br />

«Lo que Sócrates quería que los atenienses entendieran era que<br />

tenían el deber de "cuidar sus almas". [...] Para un ateniense<br />

del siglo V a.C. [...] [semejante propósito] debía parecer verdaderamente<br />

muy extraño.» 11 Para un ateniense del siglo v a.C.,<br />

el alma (*Fu%íj) era la semilla y la portadora de la vida que desaparece<br />

cuando también lo hace la existencia consciente del ser<br />

vivo. <strong>La</strong> idea de que se pudiera —es más, que se debiera— tratar<br />

de actuar sobre algo que era la fuente de toda acción era en<br />

aquella época lo bastante revolucionaria <strong>como</strong> para que un genio<br />

de la altura de Aristófanes ridiculizase a su profeta. Con todo,<br />

la <strong>cultura</strong>, independientemente de las peculiaridades de su<br />

existencia, es una posesión, y toda posesión se puede adquirir y<br />

dilapidar, manipular y transformar, modelar y enmarcar.<br />

2. En verdad, se puede modelar y enmarcar el carácter de<br />

un ser humano, pero también se puede dejar desatendido, salvaje<br />

y sin refínar, ordinario, <strong>como</strong> un campo en barbecho, abandonado<br />

y lleno de maleza. <strong>La</strong> Té^irn es el medio a través del<br />

cual se hace encajar por la fuerza el carácter salvaje de la Naturaleza<br />

con las necesidades humanas. Sólo la codificación de Cicerón,<br />

que la reforzaba, hizo comprensible a sus contemporáneos<br />

la inmortal metáfora de Plutarco, la <strong>cultura</strong> animi, al clarificar<br />

la actitud que hay detrás de la práctica agrícola tomada <strong>como</strong><br />

referencia: únicamente cuando un labrador apto y hábil selecciona<br />

asidua y minuciosamente las semillas de la mejor calidad,<br />

las siembra y trabaja el suelo, éste aportará frutos dulces y ma-<br />

LA CULTURA COMO CONCEPTO 105<br />

duros. Tras dieciocho siglos <strong>como</strong> fuente primaria de inspiración,<br />

la metáfora seguía viva y el Dictionnaire de l'Académie<br />

frangaise ofrecía una observación plutarquiana en su comentario<br />

sobre «<strong>cultura</strong>»: «Se dice también en sentido figurado del<br />

esfuerzo que uno dedica a las artes y el espíritu». 12 A Aristóteles<br />

debía parecerle que la analogía entre la perfección del alma<br />

y la tekhne se imponía por sí misma: para él, el alma era <strong>como</strong><br />

«la capacidad de una herramienta». 13 De nuevo, una herramienta<br />

muy rara, que parece actuar sobre sí misma. Fiel en este<br />

aspecto al adagio socrático, Aristóteles quería que los hombres<br />

moldeasen sus propias almas. De todas maneras queda<br />

inexplorada la cuestión de hasta qué punto la intensa preocupación<br />

de los antiguos griegos por el misterio de la formación<br />

del alma —revelado en su tratamiento casi religioso de todo<br />

aquello relacionado con los procesos educativos— se veía estimulada<br />

por el estatus ambiguamente existencial de la personalidad<br />

humana. Por ejemplo, contra los antecedentes de la rígida<br />

distinción de Gorgias entre «actuante» y «actuado» —el<br />

primero pretendiendo ser el único en poseer el tipo de perfección<br />

que sólo es accesible en una existencia eterna, sin origen;<br />

el segundo, siempre transicional, imperfecto, degradado—, la<br />

elusiva personalidad humana se cernía dominante y peligrosamente<br />

por encima de las fronteras críticas del orden del mundo.<br />

Para Platón, resultaba de lo más natural otorgar al alma humana<br />

el estatus sagrado de la inmortalidad: «Sólo lo que se<br />

mueve a sí mismo no deja de moverse, siempre y cuando no se<br />

abandone a sí mismo. [...] Cada alma es inmortal. Porque lo<br />

que siempre se mueve es inmortal». 14 Para la mente lógica griega,<br />

esta solución mediante tabú habría revelado fácilmente una<br />

naturaleza de subterfugio desesperado, si no fuera por la coherencia<br />

que mostró Platón al extraer las conclusiones de la fatal<br />

decisión. Y coherencia no le faltó. Sustituyo el modelado y remodelado<br />

a partir de un proyecto externo, el corazón mismo<br />

de la Téx\)T], por el cultivo de las propias cualidades intrínse-

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