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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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66 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

y comunitárias no es en absoluto accidental. Al fin y ai cabo,<br />

ambas visiones de un «futuro perfecto» son reacciones de los<br />

filósofos a Ia extendida experiência de una «desinserción» rigurosa<br />

y súbita de Ias identidades, causada por Ia aceleración<br />

dei colapso actual de los marcos en los cuales se solían inscribir<br />

Ias identidades colectivas. El nacionalismo fue Ia respuesta a Ia<br />

destrucción ai por mayor de Ia «artesanía» de Ias identidades,<br />

con Ia consiguiente devaluación de Ias pautas de vida generadas<br />

y refrendadas localmente (y, de hecho, irreflexivamente).<br />

<strong>La</strong> visión nacionalista surgió de Ia esperanza desesperada<br />

de que Ia claridad y Ia seguridad de Ia existência que marcaba<br />

ostensiblemente Ia vida premoderna se podia reedifícar en una<br />

nivel de organización supralocal, más elevado que ei característicamente<br />

premoderno y ordenado alrededor de Ia pertenencia<br />

nacional y de Ia ciudadanía estatal mezcladas en una<br />

sola realidad. El Estado-nación demostro ser Ia incubadora<br />

de una sociedad moderna gobernada no tanto por Ia unidad de<br />

sentimientos <strong>como</strong> por Ia diversidad de intereses de mercado<br />

carentes de emotividad. Visto retrospectivamente, ei concienzudo<br />

y trabajoso desarraigo de Ias lealtades locales no parece<br />

tanto una producción de unas identidades de más alto nivel <strong>como</strong><br />

una operación de limpieza dei terreno para ese juego de<br />

confianzas actual, dirigido por ei mercado, que ensambla rapidamente<br />

y desmantela con Ia misma velocidad inacabables secuencias<br />

de autodescripciones.<br />

Luego, una vez más, resulta duro hacerse con Ias «identidades<br />

significativas» («significativas» en ei sentido postulado en su<br />

momento por los nacionalistas y recuperado hoy por los comunitaristas).<br />

Mantenerlas intactas en su sitio, por brevemente que<br />

se haga, grava Ias habilidades malabares ensenadas y aprendidas<br />

por los indivíduos, y Io hace claramente más alia de su capacidad.<br />

Dado que Ia idea de que Ia sociedad institucionalizada en<br />

ei Estado echará una mano en ei proceso parece hacer águas, no<br />

puede sorprender que nuestra mirada se haya posado en otra<br />

r INTRODUCCIÓN<br />

67<br />

dirección: por una ironia de Ia historia, se está deslizando hacia<br />

entidades cuya destrucción radical solía ser vista, desde ei co-<br />

0iienzo de Ia modernidad, <strong>como</strong> una condición sine qua non para<br />

cualquier «elección significativa». Hoy, Ias tan vilipendiadas<br />

comunidades naturales de origen, «locales» y necesariamente<br />

menores que ei Estado-nación, descritas en tiempos por Ia propaganda<br />

modernizante <strong>como</strong> provincianas, estancadas, plagadas<br />

de prejuicios, opresivas y embrutecedoras, antiguo blanco<br />

de Ias cruzadas <strong>cultura</strong>les emprendidas en nombre de Ias «elecciones<br />

significativas», son contempladas con esperanza <strong>como</strong><br />

Ias ejecutoras de confianza de esas elecciones funcionales, libres<br />

de los caprichos dei azar y saturadas de significación, cuyo advenimiento<br />

ei Estado-nación y Ia <strong>cultura</strong> nacional no pudieron<br />

propiciar, cosechando un espantoso fracaso.<br />

Hay que admitir que ei nacionalismo estatalista a Ia vieja<br />

usanza está lejos de haber culminado su recorrido, particularmente<br />

en ei mundo poscolonial, en África o en Ia Europa dei<br />

Este, entre Ias ruínas dejadas por ei colapso de los impérios comunista<br />

o capitalista. Allí, Ia idea de una nación que pueda<br />

proporcionar un hogar para los perdidos y confusos todavia está<br />

fresca y, sobre todo, sin probar. Está confortablemente instalada<br />

en ei futuro (por mucho que ei nacionalismo, tanto <strong>como</strong><br />

ei comunitarismo, desplieguen con gusto ei lenguaje dei<br />

legado, Ias raíces y ei pasado compartidos) y ei futuro es ei lugar<br />

natural donde invertir nuestras ânsias y esperanzas. Sin embargo,<br />

por Io que respecta a Europa (excepción hecha de su<br />

parte más oriental, poscolonial), ei nacionalismo —junto con<br />

su culminación, ei Estado-nación— ha perdido mucho de su<br />

lustre anterior. Ha sido incapaz de resolver Io que ahora vuelve<br />

3 estar sobre Ia mesa, y seria absurdo pensar que en un segundo<br />

intento Io pudiera hacer mucho mejor. Europa también sabe<br />

algo que ei mundo poscolonial ignora o que no lê importa<br />

demasiado: que cuanto más se acerca ei Estado-nación ai ideal<br />

de unos cimientos sólidos y un hogar seguro, menos libertad

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