Zygmunt Bauman La cultura como praxis
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326 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />
el positivismo reduce la multifacética relación del sujeto con<br />
su mundo (su mundo alienado) a su plataforma cognitiva. El<br />
error, inspirado por la práctica restrictiva de la mente positivista,<br />
consiste en creer que la batalla contra el positivismo se puede<br />
orquestar, librar y vencer sólo en este plano. No es difícil entender<br />
el error cuando resulta que tanto los positivistas <strong>como</strong><br />
sus adversarios desean apelar y recurrir al mismo sentido común<br />
de la sociedad alienada.<br />
<strong>La</strong> tragedia de las iniciativas antipositivistas, demasiado tímidas<br />
y desganadas (independientemente de la violencia compensatoria<br />
de su lenguaje) para desenmascarar este error, consiste<br />
en un dilema entre: a) conformarse al final con otra ciencia<br />
cortada según el patrón positivista (reordenando simplemente<br />
los focos cognitivos, pero sin cuestionar la suprema autoridad<br />
de la realidad-objeto); b) arriesgarse a la dudosa compañía de<br />
aliados no solicitados ni menos deseados, cuando se llega al<br />
extremo de rechazar no sólo el imperialismo positivista, sino la<br />
misma idea de ciencia positiva. Se pueden distinguir dos categorías<br />
fundamentales donde clasificar estas malhadadas iniciativas.<br />
Ambas asumen lo que se espera de una mente moldeada<br />
por la sociedad alienada y formada en la «obviedad» del sentido<br />
común positivista: que la relación entre el individuo y el<br />
mundo es una relación esencialmente cognitiva, al menos por<br />
lo que se refiere a la investigación. A saber, que se la puede alterar<br />
mediante operaciones llevadas a cabo enteramente dentro<br />
del campo de la cognición. Contra el positivismo se tiende a luchar<br />
en términos de «ilusiones», «mitos», «hipóstasis», «falsa<br />
conciencia», así <strong>como</strong> su repudio. <strong>La</strong> frecuencia y la intensidad<br />
de los ataques antipositivistas se ve estimulada directamente por<br />
la insatisfacción con la propia realidad social más que por las meras<br />
reflexiones filosóficas sobre ésta, por los efectos de la <strong>praxis</strong><br />
de la supresión de la subjetividad y la denigración de la privacidad<br />
más que por la negligencia epistemológica de los filóso-<br />
LA CULTURA COMO PRAXIS 327<br />
fos sobre estas cuestiones. Precisamente el triunfo del positivismo<br />
alcanza sus cotas más altas y espectaculares en la eficiencia<br />
con la cual esta filosofía se emplea <strong>como</strong> un pararrayos que<br />
intercepte los relámpagos que apuntan a ese mundo social que se<br />
ha limitado a describir. Tras desviarse los proyectiles de su trayectoria,<br />
el grueso de la realidad alienada, el fundamento real<br />
de la inflexible supremacía del Ser sobre el Debería, puede emerger<br />
ileso, y así lo hace.<br />
Por ardiente que sea el cuestionamiento de la forma específica<br />
de la ciencia social positiva que ganó ascendencia durante<br />
la elaboración de las ideas durkheimianas, el posicionamiento<br />
de la «persona epistemológica» se para en seco al encarar los<br />
verdaderos principios fundamentales del positivismo. El rechazo<br />
de la creencia positivista en la supremacía del Ser sobre el<br />
Debería está fuera de toda duda, <strong>como</strong> lo está la virtud de la<br />
neutralidad axiológica del investigador. <strong>La</strong> tendencia comentada<br />
silencia las virtudes y vicios de nuestra sociedad o de cualquier<br />
otra y se llega a despojar de los medios intelectuales para<br />
incorporar cualquier afirmación al respecto, en tanto que componente<br />
legítimo de su tarea. Debido a la naturaleza libre de<br />
toda sustancia, puramente formal, de las categorías que maneja,<br />
no puede producir un fulcro suficientemente poderoso para<br />
forzar la forma histórica adoptada por sociedad humana alguna,<br />
ni una medida para poder ponderar sus cualidades. Lo<br />
que busca explícitamente la escuela es una revolución del pensamiento.<br />
<strong>La</strong> escuela libera su ira más apasionada y lanza sus<br />
flechas más envenenadas contra los colegas científicos sociales.<br />
Les propone curar y reformar. Por lo demás, es difícil ver qué<br />
más hay que remodelar, incluso tras una reforma globalmente<br />
pensada y plenamente exitosa. Tal <strong>como</strong> es, la escuela no propone<br />
enseñar a la gente cómo deberían construir su sociedad: sólo<br />
pretende descubrir cómo lo han hecho desde tiempo inmemorial,<br />
sin esperanza alguna de que la nueva conciencia adquirida<br />
suponga alguna diferencia para lo que es, presuntamente, un