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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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74 LA CULTURA COMO PRAXIS INTRODUCCIÓN 75<br />

es decir, una «totalidad» genuína en Ia cual aquellos aspectos<br />

de Ia vida que ei análisis ha aislado y sintetizado <strong>como</strong> «<strong>cultura</strong>»<br />

se hallaban entretejidos o mezclados con otros, sin quedar<br />

nunca codificados <strong>como</strong> una serie de regias que aprender y respetar,<br />

y, mucho menos, sin ser concebidos <strong>como</strong> una tarea. <strong>La</strong><br />

comunidad de los comunitaristas también difíere drasticamente<br />

dei proyecto moderno de «comunidad nacional», que, realista<br />

o no, aspiraba a Ia recreación de Ia totalidad premoderna<br />

en un nivel supralocal. Por todo ello, en Ia concepción de Ia comunidad<br />

<strong>cultura</strong>l postulada, Ia «<strong>cultura</strong>» está cargada de funciones<br />

integradoras que es incapaz de mantener por si misma.<br />

Desde su mismo comienzo, semejante comunidad tiene que resultar<br />

vulnerable y consciente de su fragilidad, Io que convierte<br />

en un lujo que no se puede permitir toda tolerância y apertura<br />

respecto a Ias creencias que hay que creer o ei estilo de<br />

vida que se debe llevar. Lãs normas <strong>cultura</strong>les se convierten en<br />

Ias cuestiones políticas más candentes: apenas algo de Ia conducta<br />

de los miembros de Ia comunidad puede permanecer<br />

ajeno a Ia «supervivencia» dei conjunto, y poço se puede dejar<br />

a Ia responsabilidad y discreción de dichos miembros. Según Ia<br />

regia de Frederick Barth, Ia importância de todos los signos de<br />

identidad autênticos se debe hinchar y se deben inventar o buscar<br />

vehementemente nuevas distincíones que separen a Ia comunidad<br />

de sus vecinos, en particular de los más cercanos fisicamente<br />

(econômica o politicamente), es decir, los interlocutores<br />

más frecuentes en ei diálogo o en ei intercâmbio. Se debe forzar<br />

una condición «sin alternativa» en un mundo en ei que todos<br />

los aspectos de Ia vida promueven y ofrecen alternativas diversas;<br />

Ia homogeneidad <strong>cultura</strong>l se debe imponer por Ia fuerza<br />

—luego, mediante esfuerzos conscientes— a una realidad inherentemente<br />

pluralista.<br />

Así pues, Ia comunidad <strong>cultura</strong>l debe ser un lugar de coerción<br />

<strong>cultura</strong>l, todavia más dolorosa por ser experimentada, vivida,<br />

<strong>como</strong> coerción. Solo puede sobrevivir a expensas de Ia li-<br />

bertad de elección de sus miembros. No se puede perpetuar<br />

sin una estrecha vigilância, unas pautas disciplinadoras y severos<br />

castigos para aquellos que se desvíen de Ias normas. Por<br />

consiguiente, no es tanto «posmoderna» <strong>como</strong> «antimoderna»:<br />

propone reproducir los excesos más odiosos y siniestros de Ia<br />

moderna ambivalência rompedora de Ias cruzadas <strong>cultura</strong>les<br />

asociadas a Ia construcción nacional, y hacerlo de una forma<br />

aún más rigurosa e implacable, ya que milita contra Ia reafirmación<br />

y Ia responsabilidad individuales, productos también<br />

de Ia revolución moderna que solían equilibrar y suavizar ei impacto<br />

de Ias presiones homogeneizadoras. En un mundo posmoderno<br />

o tardomoderno, con un flujo libre de Ia información<br />

y una red de comunicaciones global, esto supone nadar contra<br />

corriente.<br />

<strong>La</strong> tercera serial distintiva de Ia «comunidad <strong>cultura</strong>l» de<br />

los comunitaristas se sigue de esta última contradicción: los<br />

predicadores y defensores de Ias comunidades <strong>cultura</strong>les desarrollan<br />

casi inevitablemente una mentalidad de «fortaleza asediada».<br />

De hecho, prácticamente todas Ias características dei<br />

mundo a su alrededor parecen conspirar contra ei proyecto. El<br />

sentimiento de fragilidad no alimenta Ia confianza, mientras<br />

que Ia falta de esta nutre Ia sospecha que puede degenerar en<br />

paranóia. <strong>La</strong> propia seguridad espiritual de Ias comunidades<br />

<strong>cultura</strong>les exige que tengan muchos enemigos, y cuanto más<br />

malvados y maquinadores, mejor. Los predicadores y los su-<br />

Puestos líderes de Ias comunidades <strong>cultura</strong>les se sienten a sus<br />

anchas en ei papel de patrulleros fronterizos. Para ellos, los<br />

movimientos y ei diálogo a través de Ias fronteras constituyen<br />

un anatema; Ia proximidad física de personas con distintos modos<br />

de vida, una abominación; ei libre intercâmbio de ideas<br />

con gentes semejantes, ei más definitivo de los peligros.<br />

Tal vez sea esto Io que Touraine tenía en Ia cabeza cuando<br />

hablaba de Ias comunidades <strong>cultura</strong>les abogadas por los cornunitaristas<br />

<strong>como</strong> dictaduras apenas veladas. Si ei «multi<strong>cultura</strong>-

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