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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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190 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

Platón inauguró la articulación sistemática del primer paradigma,<br />

aunque, tal <strong>como</strong> era habitual en su época, lo hizo en<br />

términos ontológicos. Paralelamente a la discusión entre alma<br />

y cuerpo, «lo pensado» y «lo sentido», el universo presentaba<br />

dos estratos, sin duda íntimamente entretejidos, pero todavía<br />

separados y gozando, cada uno de ellos, de su propio modo<br />

existencial, distinto y único: la inmutabilidad y el cambio eran<br />

respectivamente dos de sus rasgos diferenciadores más significativos.<br />

Platón resumió la historia presocrática de la filosofía<br />

griega <strong>como</strong> un proceso dominado por el enfrentamiento entre<br />

dos grandes tendencias representadas por los «italianos» (Parménides<br />

y su escuela) y los «jonios» (desde Tales). A su parecer,<br />

esta continuada polémica había provocado la sedimentación<br />

del tema principal de la filosofía, que, acudiendo a la retórica<br />

mítica, se podía describir <strong>como</strong> la batalla entre «Dioses» y «Gigantes»:<br />

«En el bando de los Dioses se encuentran todos aquellos<br />

que creen que las cosas invisibles son las realidades verdaderas;<br />

en el lado de los Gigantes, los que siempre creen que lo<br />

real no es más que el cuerpo que tocan y manipulan». 10 En palabras<br />

de uno de los personajes de El sofista: 11<br />

Un bando trata de arrastrarlo todo, desde el cielo y lo invisible,<br />

hasta la tierra, agarrando literalmente rocas y árboles con sus<br />

propias manos, ya que se ponen encima de cada tronco y de cada<br />

piedra y afirman vigorosamente que la existencia real sólo pertenece<br />

a lo que se puede manipular y ofrece resistencia al tacto. [.. J<br />

Y, de modo similar, sus adversarios se muestran muy recelosos al<br />

defender su propia posición en algún lugar de las alturas de lo invisible,<br />

manteniendo con toda su fuerza que la verdadera realidad<br />

consiste en ciertas Formas inteligibles e incorpóreas.<br />

Tras esta diferencia de opiniones se encuentra, claro está, la<br />

discusión sobre la naturaleza de la realidad, polémica que surge<br />

en última instancia de una profunda desconfianza en la rea-<br />

LA CULTURA COMO ESTRUCTURA 191<br />

lidad del movimiento y del cambio. «<strong>La</strong>s muchas cosas que llevan<br />

el mismo nombre que las Formas cambian perpetuamente<br />

en todos sus aspectos. Y éstas son las cosas que vemos y tocamos,<br />

mientras que las formas son invisibles.» Queda, pues, establecido<br />

que hay dos órdenes de cosas; las invisibles, exentas<br />

de todo cambio, y las visibles, que cambian continuamente. Finalmente,<br />

se arguye que, dado que el alma es invisible, resulta<br />

probable que se parezca más a lo divino, inmortal, inteligible,<br />

simple e indisoluble, mientras que el cuerpo, que es visible, se<br />

parezca más a lo humano, mortal, ininteligible, complejo y disoluble.<br />

«Los amigos de las Formas toman la inalterabilidad<br />

<strong>como</strong> la marca del Ser real y la variabilidad <strong>como</strong> la marca del<br />

Transformarse. [...] <strong>La</strong>s Formas no admiten ninguna clase de<br />

cambios, mientras que muchas cosas sensibles nunca permanecen<br />

igual.» En el Fedón y en la República, se habla constantemente<br />

de la ausencia de cualquier cambio en el mundo ideal,<br />

algo que se contemplaba siempre <strong>como</strong> una condición necesaria<br />

para la existencia de conocimiento. 12 <strong>La</strong> total y absoluta<br />

identidad de lo «real», lo «verdadero» y lo «inmutable» era la<br />

piedra angular de la tradición platónica en la teoría del conocimiento.<br />

Aquello que demuestra su realidad simplemente siendo<br />

accesible a los sentidos no puede reclamar una verdadera<br />

realidad: carece de una base firme para impulsar su reivindicación<br />

de realidad, dado que existe de manera accidental, caprichosamente<br />

al azar, fugazmente elusiva. Aquello que es real lo<br />

debe ser para siempre, en lugar de someter su realidad a la azarosa<br />

prueba de la presencia sensorial continua.<br />

Hasta aquí, el primer debate se mezcla con el segundo. Platón<br />

soluciona el espinoso problema de cómo se puede captar lo<br />

«real», teniendo en cuenta su independencia de la autoridad de<br />

'a evidencia sensorial; y lo soluciona asumiendo la inmortalidad<br />

del alma. Se introduce el alma inmortal <strong>como</strong> conclusión lógica<br />

del hecho de que lo real nos es accesible «desde dentro»: «Si<br />

la verdad de las cosas está siempre en nuestra alma, el alma de-

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