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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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248 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

sobre todo en un problema de intercambio mental, de educación,<br />

de adoctrinamiento moral, de formación de la personalidad.<br />

<strong>La</strong> controversia entre antropólogos británicos y norteamericanos<br />

tiene una trascendencia mucho más amplia que lo que<br />

puede sugerir el carácter oscilante del choque entre dos desviaciones<br />

genéticas accidentalmente divergentes. De alguna manera,<br />

refleja y resume una discusión muy larga y, hasta ahora,<br />

inconclusa acerca de la naturaleza de la integración social, una<br />

polémica que afecta a casi todas las escuelas y disciplinas de las<br />

ciencias sociales. A su vez, esta discusión parece representar<br />

únicamente una de las muchas facetas del dilema profundamente<br />

enraizado en las experiencias humanas más básicas, que<br />

planea asiduamente por encima de toda la reflexión de los humanos<br />

sobre sí mismos, presentando sofisticados sistemas filosóficos<br />

en un polo de las explicaciones que ha generado, y un<br />

acercamiento de sentido común a la vida cotidiana, en el otro.<br />

Así pues, no parece muy recomendable lidiar con la mencionada<br />

controversia entre los estrechos confines de la discusión original.<br />

Para captar plenamente su importancia, se debe contemplar<br />

desde una perspectiva más amplia, asentada en el análisis<br />

en última instancia de la percepción, esencialmente intuitiva,<br />

pero perseverantemente humana, del proceso vital.<br />

<strong>La</strong> dualidad irreductible de la experiencia humana es quizá<br />

la experiencia más difundida, repetida inacabablemente, de<br />

cualquier individuo y, en cualquier caso, de cualquier individuo<br />

inmerso en un contexto social pluralista y heterogéneo, repleto<br />

de encontronazos entre los deseos y la dura realidad. Buena<br />

parte de la historia de la filosofía se asemeja a un esfuerzo nunca<br />

acabado, aunque a menudo confiado, por dar cuenta de esta<br />

dualidad, lo que supone en muchos casos reducirla a un solo<br />

principio (en un sentido genético, lógico, epistemológico o<br />

práctico). Esta «dualidad» es una de las percepciones que «recibimos»<br />

de la realidad del universo: las dos categorías parecen<br />

poseer «sustancias» diferentes, «modos de existencia» especí-<br />

LA CULTURA COMO PRAXIS 249<br />

fieos; aportan información sobre sí mismas, se abren a la inspección<br />

humana, a través de canales de percepción diferentes;<br />

y, lo que es más importante, parecen tolerar y admitir grados<br />

diferentes de manipulación humana, mostrando niveles diversos<br />

de maleabilidad frente a la voluntad humana. Esencialmente,<br />

la experiencia es intuitiva, preteórica, inefable en un discurso<br />

articulado, a menos que se la recubra de una serie de<br />

conceptos explicativos. Dado que cada conjunto sólo mantiene<br />

su significado en el seno del campo semántico de un universo<br />

discursivo seleccionado entre muchos otros, y dado que ningún<br />

universo discursivo abarca la totalidad de la experiencia<br />

humana, todas las articulaciones de experiencias básicas conocidas<br />

o probables están condenadas a permanecer imparciales.<br />

Cada articulación «proyecta» su grado de certeza intuitivamente<br />

accesible en un plano separado de referencia; debido a sus<br />

raíces comunes, todos los planos pertenecen a la misma familia,<br />

pero se multiplican rápidamente en entidades autónomas<br />

que llegan a desarrollar sus lógicas de argumentación propias y<br />

presuntamente inconexas. Nos enfrentamos, pues, con reinos<br />

de argumentación filosófica y científica aparentemente soberanos,<br />

denominados apropiadamente espíritu y materia, mente y<br />

cuerpo, libertad y determinación, norma y hecho, subjetivo y objetivo.<br />

Sea cual sea el nivel de sofisticación y de sutilidad académica<br />

alcanzado por las entreveradas definiciones ofrecidas para<br />

cada distinción, todas comparten un pedigrí común que se<br />

remonta a una experiencia primigenia, aunque, por definición,<br />

ella misma no pudiese presentar articulación alguna. Se dice<br />

que fue William James quien más se acercó a captar globaltnente<br />

la totalidad de esta partición multifacética: en tanto que<br />

personas, nos dijo, nos percibimos «en parte <strong>como</strong> conocidos y<br />

en parte <strong>como</strong> conocedores, en parte <strong>como</strong> objetos y en parte<br />

<strong>como</strong> sujetos». 6 El mí y el yo de James reposan en gran medida<br />

en un conjunto de antecedentes tan dispares los unos de los<br />

otros <strong>como</strong> las exploraciones existencialistas de Jaspers, Hei-

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