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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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52 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

mente, solo si Ias «totalidades» a Ias que se pertenece aun antes<br />

de pensar en ello y antes de hacer cualquier tipo de prueba<br />

quedan claramente definidas en todos sus aspectos mediante Ia<br />

aplicación dei wetware. En tales «minimundos», estar «aqui» se<br />

siente de una manera evidentemente distinta de estar «allí fuera»<br />

y ei paso de aqui a allí raramente se da, si se llega a dar. Sin<br />

embargo, esta pertenencia no es viable si Ia totalidad en cuestión<br />

trasciende Ia capacidad dei wetware, es decir, cuando se<br />

convierte en una comunidad «imaginada», abstracta. Uno pertenece<br />

a una asamblea no mayor que Ia red de interacciones personales,<br />

cara a cara, involucradas en Ia rutína diária o en ei ciclo<br />

anual de encuentros; sin embargo, uno se debe identificar con<br />

una totalidad «imaginada». El segundo caso conforma una tarea<br />

que exige cierto esfuerzo especifico, más alia de los asuntos cotidianos,<br />

y que se concibe <strong>como</strong> una actividad de aprendizaje<br />

singular. Implica someterse a ciertas pruebas y requiere algún tipo<br />

de confirmación dei êxito con que estas se han superado.<br />

El signo de Ia modernidad es ei incremento dei volumen y<br />

dei alcance de Ia movilidad, con Io cual, inevitablemente, ei peso<br />

de Io local y de sus redes de interacción se debilita. Por k<br />

misma razón, Ia modernidad también es una época de totalidades<br />

supralocales, de «comunidades imaginadas» aspirantes o<br />

sostenidas por ei poder, de construcción de naciones y de identidades<br />

<strong>cultura</strong>les fabricadas, postuladas y edificadas.<br />

Con su habitual perspicácia, Friedrich Nietzsche fue capaz<br />

de ver a través de Ia marea ascendiente dei nacionalismo moderno:<br />

«Lo que hoy en Europa se denomina una "nación" es más<br />

bien una resfacta que nata (de hecho, algunas veces resulta desorientadoramente<br />

parecida a una resficta et picta)». 17 Y Ernest<br />

Gellner explico por quê tenía que ser así: «Lãs naciones naturales,<br />

<strong>como</strong> manera divina de clasificar a los hombres, <strong>como</strong> un<br />

destino político inherente aunque largamente aplazado, son<br />

un mito; ei nacionalismo, que a veces toma <strong>cultura</strong>s preexistentes<br />

y Ias transforma en naciones, a menudo Ias borra y otras<br />

r<br />

INTRODUCCIÓN<br />

veces inventa algunas nuevas; para bien o para mal, ésa es Ia<br />

realidad, sin que, en general, se pueda huir de ella». 18<br />

Tal <strong>como</strong> senaló enfaticamente Frederick Barth, «Ias categorias<br />

étnicas proporcionan un recipiente organizativo ai que<br />

se lê pueden atribuir contenidos y formas variados en sistemas<br />

socio<strong>cultura</strong>les diferentes. Pueden ser enormemente relevantes<br />

por Io que se refiere ai comportamiento, pero no tienen por<br />

quê serio; pueden impregnar Ia vida social o pueden resultar<br />

significativas unicamente en ciertos sectores de actividad». Cuál<br />

será Ia opción que cristalizará es una cuestión abierta. <strong>La</strong> tarea<br />

dei Estado moderno fue Ia de dar preferencia a Ia opción de<br />

«impregnar toda Ia vida social» por encima de Ias tendências a<br />

la-marginalidad o a Ia parcialidad en Ia pertenencia étnica. Al<br />

fin y ai cabo, Ia existência continua de una «categoria étnica»<br />

depende unicamente dei mantenimiento de una frontera, por<br />

intercambiables que sean los factores <strong>cultura</strong>les seleccionados<br />

en los puestos fronterizos. Gracias a su monopólio sobre los<br />

médios de coerción, ei Estado moderno tiene ei potencial de<br />

proclamar y defender fronteras.<br />

En ei fondo, «es Ia frontera étnica Ia que define ai grupo, no<br />

ei relleno <strong>cultura</strong>l que encierra», insiste Barth. 19 En resumidas<br />

cuentas, Ia identidad misma de este relleno <strong>cultura</strong>l (su «unidad»,<br />

su «totalidad» y su «caracter distintivo») es un artefacto<br />

de un limes firmemente trazado y bien guardado, aunque, <strong>como</strong><br />

regia general, sus disenadores y guardianes insistirían en invertir<br />

Ia ordenación causai de esta proposición. Y también, <strong>como</strong><br />

regia general, con ellos se alinearían los teóricos <strong>cultura</strong>les<br />

ortodoxos, por mucho que esas fronteras supuestamente naturales<br />

y genuínas sean, en realidad, artificiales y, muy a menudo,<br />

meramente postuladas<br />

«Tener una identidad» parece ser una de Ias necesidades<br />

humanas más universales (aunque, déjeseme repetir que ei reconocimiento<br />

de tales necesidades dista mucho de ser universal,<br />

una evidencia historicamente fortuita de su fragilidad). To-<br />

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