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Zygmunt Bauman La cultura como praxis

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96 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />

cupado», cada vez que se experimente una demanda conceptual<br />

concreta.<br />

Pocas personas conocen mejor esta última regla que los antropólogos<br />

anglosajones, a uno y otro lado del Atlántico. Aunque<br />

empujados por el mismo irresistible impulso para «registrar»<br />

las formas de vida ajenas al borde de la extinción, se<br />

enfrentaban a dos situaciones muy diferentes. Tal <strong>como</strong> ha señalado<br />

recientemente W. J. M. Mackenzie, «los norteamericanos<br />

tenían que trabajar sobre todo con lenguas, artefactos y supervivientes<br />

individuales, mientras que los británicos se podían<br />

sentar y observar tranquilamente, en medio de sistemas sociales<br />

superficialmente apenas tocados por el gobierno británico». 1<br />

Por influencia de sus propios procedimientos, que no habían<br />

podido escoger voluntariamente, los norteamericanos concibieron<br />

aquello que extraían oralmente de supervivientes aislados<br />

de la debacle <strong>como</strong> una telaraña de «deberían» mentales. Llamaron<br />

«<strong>cultura</strong>» a lo que veían o, más exactamente, a lo que<br />

imaginaban ver. Al mismo tiempo, sus homólogos británicos se<br />

inclinaban a organizar datos básicamente similares en una red<br />

de «son», dado que la información que obtenían parecía respaldada<br />

por la realidad de comunidades vivas. Llamaron a dicha<br />

red «estructura social». En un análisis último, ambos lados<br />

perseguían las mismas cosas: hasta qué punto y en qué aspectos<br />

la conducta de un pueblo X se diferencia de las conductas de<br />

unos pueblos Y y Z. Más aún, ambos bandos se dieron cuenta<br />

de que, para alcanzar el mencionado objetivo, deberían descubrir<br />

y/o reconstruir pautas repetibles de conducta humana que<br />

diferenciasen unas comunidades de las otras. Es decir, ambos<br />

tenían las mismas metas y buscaban el mismo upo de datos primarios.<br />

Sin embargo, los conceptos teóricos con los que remachaban<br />

sus modelos explicativos y ordenadores eran diferentes.<br />

Para los británicos, el conjunto, en el cual debían encajar<br />

las conductas individuales, era un grupo de individuos entrelazados;<br />

para los norteamericanos, se componía de un sistema de<br />

w<br />

LA CULTURA COMO CONCEPTO 97<br />

normas entrelazadas. En primera instancia, los británicos querían<br />

saber por qué y cómo se integraban los pueblos; los norteamericanos<br />

sentían curiosidad por la forma en que principios y<br />

normas colaboraban o chocaban. Ambos grupos gustaban del<br />

concepto de «rol» y lo consideraban una herramienta analítica<br />

crucial e indispensable para hacer inteligibles los datos empíricos<br />

dispersos. Sin embargo, los británicos veían el rol <strong>como</strong> un<br />

vínculo mediador que integraba la conducta individual en las<br />

exigencias de la estructura social, mientras que los norteamericanos<br />

preferían ponerlo <strong>como</strong> mediador de la oposición entre<br />

la conducta individual y la intrincada red de normas y de imperativos<br />

morales. Todavía de más importancia era el hecho de<br />

que se etiquetase las dos inclinaciones teoréticas divergentes<br />

con dos denominaciones bien contrastadas. Mucho después de<br />

que cada bando hubiese aceptado la legitimidad del otro y de<br />

que ambos hubiesen dejado de comprender la furia de sus pasadas<br />

cruzadas metodológicas, se continuaba manteniendo la<br />

creencia de que uno podía abordar «las relaciones sociales más<br />

bien que la <strong>cultura</strong>», 2 una visión que constituía la principal,<br />

aunque no la única, reliquia de las antiguas controversias, por<br />

lo demás olvidadas.<br />

Lo que hemos dicho anteriormente conforma un ejemplo<br />

conspicuo de una situación en la cual la aceptación de un término<br />

y el rechazo de otros puede inducir en cada bando a una<br />

exageración de las peculiaridades que los separan del otro, sean<br />

cuales sean. A la inversa, se suele infravalorar o pasar por alto<br />

escisiones conceptuales mucho más profundas, siempre que se<br />

escondan en términos emparentados.<br />

Resulta sintomático de esta tendencia el hecho de que la<br />

mayoría de los estudiosos que tratan de introducir algún orden<br />

en el vasto espectro de contextos en el que aparece la palabra<br />

«<strong>cultura</strong>» enfocan su tarea <strong>como</strong> si, en primera instancia, necesitasen<br />

«clasificar las definiciones aceptadas». En muchos casos<br />

se asume tácita, si no explícitamente, el solapamiento, cuando

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