Zygmunt Bauman La cultura como praxis
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116 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />
quía preestablecida se enfrentaría a la Weltanschauung de una<br />
clase que ha elegido el concepto de logro <strong>como</strong> la principal legitimación<br />
de su actividad directriz. Sin embargo, no concedemos<br />
la suficiente importancia a la influencia ejercida sobre<br />
dicha postura moderna por el creciente estatus social de los intelectuales,<br />
que cada vez más se encuentran en una posición<br />
que les permite determinar a su manera los criterios y el contenido<br />
de las tendencias socializadoras dominantes. Tal <strong>como</strong><br />
Simmel proclamó proféticamente, el intelecto, la fuerza motriz<br />
—real o presunta— del avance de los intelectuales (y, en cualquier<br />
caso, el centro de su legitimación de clase), comparte con<br />
el dinero la cualidad única de tener a un tiempo múltiples finalidades<br />
y múltiples orígenes. Conduce a muchas metas diferentes,<br />
socialmente definibles, y titulares o actores sociales de muy<br />
diversa ubicación lo pueden usar <strong>como</strong> instrumento, armado<br />
con toda una gama diversa de atractivos originales. Por eso precisamente<br />
los individuos para los cuales resultaban inaccesibles<br />
las rutas de acceso a los privilegios reguladas tradicionalmente<br />
(y, por tanto, más específicas) han mostrado tanta disposición a<br />
utilizar el intelecto, así <strong>como</strong> el dinero, <strong>como</strong> vehículo de la<br />
movilidad social ascendente.<br />
<strong>La</strong> imparcialidad y la accesibilidad relativas del sedimento<br />
materializado del intelecto —conocimiento— tuvo un papel<br />
decisivo en la rápida elevación de una nueva, influyente, prestigiosa<br />
y pudiente clase de intelectuales. <strong>La</strong> elevación de esta<br />
clase significó inevitablemente un ascenso paralelo de los símbolos<br />
que supuestamente la distinguían. Estos símbolos han<br />
resultado santificados y sacralizados en tanto que el tipo moderno<br />
de <strong>cultura</strong> jerárquica. Enfrentados con el principio de<br />
bobtlity (por definición, el conocimiento es algo que se debe<br />
adquirir, alcanzar, acumular mediante el propio esfuerzo, es decir,<br />
aprender), no se pueden definir a la manera de la ápeTtj,<br />
nobleza de espíritu. Con la excepción de unos pocos genios solitarios,<br />
el poseedor del conocimiento no exhibe otra marca<br />
f<br />
LA CULTURA COMO CONCEPTO<br />
distintiva que ese mismo conocimiento. Como resultado, la<br />
juanera de hablar y pensar la versión moderna del ideal de <strong>cultura</strong><br />
jerárquica disimula la forma de funcionamiento de dicho<br />
ideal en la realidad social. No sólo sustituimos el «tipo adecuado<br />
de familia» por el «tipo adecuado de escuela», olvidando el<br />
papel que representa la «familia adecuada» en tanto que «adecuada<br />
guardiana de la escuela» (o tal vez, lo que olvidamos sea<br />
ese mismo rol de guardián al conferir a la escuela el adjetivo de<br />
adecuada); también creemos que las personas se convierten en<br />
miembros de comunidades institucionalizadas de poseedores<br />
de conocimiento porque son estudiosos cultivados por méritos<br />
propios, aunque, en la práctica, asumimos que X es un estudioso<br />
cultivado cuando se nos dice que es un miembro de la<br />
mencionada comunidad. Además, observamos meticulosamente<br />
un complicado procedimiento de aprendizaje, cuya función<br />
real consiste en canalizar las decisiones de las comunidades institucionalizadas<br />
sobre quiénes merecen pasar a formar parte de<br />
ellas. No parece que sea un accidente histórico el hecho de que<br />
las prerrogativas gremiales —acompañadas por intrincados ritos<br />
de paso e iniciación, un artificio diseñado originalmente para<br />
distinguir la sociedad aristocrática, corporativa— se mantuvieran<br />
intactas e indestructibles precisamente en la esfera que<br />
proporciona el núcleo del ideal moderno de la <strong>cultura</strong> jerárquica,<br />
mientras que prácticamente se borraban de cualquier<br />
otro campo social. Hemos recorrido un largo camino desde la<br />
solitaria batalla de Francis Bacon por la legitimación de los valores<br />
científicos. Junto a las brillantes carreras académicas y eruditas<br />
<strong>como</strong> ideal <strong>cultura</strong>l, cada vez resulta más fácil definir a los<br />
estudiosos (que, en pos de dicho nuevo ideal, llevan a cabo la<br />
misma función que los poseedores de la cualidad de KocAó£<br />
asumían en tiempos de Aristóteles) <strong>como</strong> los empleados de organizaciones<br />
dedicadas al estudio.<br />
A la luz de nuestra argumentación, la bobility de Gellner,<br />
lejos de constituir un concepto absurdo e ilógico, utilizada con<br />
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