Zygmunt Bauman La cultura como praxis
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284 LA CULTURA COMO PRAXIS<br />
cidencia entre el abandono de su aislamiento por parte de los judíos<br />
y la llegada de la modernidad. Todos aquellos que tenían razones<br />
para temer el cambio, los que se sentían amenazados por<br />
el difuminado gradual de lo que antes solía ser el Orden digno<br />
de confianza y mayestáticamente inmutable, podían forjar fácilmente<br />
con su angustia el arma que apuntara al pueblo que, en<br />
virtud de su reciente marginalidad, reflejaba más plenamente el<br />
advenimiento del Caos. <strong>La</strong> súbita propagación de la caza de brujas,<br />
extrañamente fuera de lugar en una época de racionalismo<br />
beligerante y de progreso triunfante de la ciencia empírica (esa<br />
aparente contradicción que recientemente Trevor-Roper sacó a<br />
la luz con tanto acierto), se hace fácilmente comprensible si se<br />
proyecta sobre el mismo fondo de total e intensa ansiedad a consecuencia<br />
de la ruina del orden consuetudinario. De forma similar,<br />
la intrusión de los pakistaníes y los afroantillanos en las islas<br />
británicas coincidió con la desaparición del poder imperial que<br />
había servido a muchos británicos <strong>como</strong> materia prima para la<br />
construcción de su sentimiento de un orden seguro. En consecuencia,<br />
uno se puede inclinar a concentrar en asiáticos y caribeños<br />
los terroríficos poderes del «enemigo invisible», que supone<br />
para el futuro de Inglaterra un peligro mayor del que pudo<br />
correr «en los años en que la Alemania imperial construía acorazados<br />
o el nazismo se rearmaba». 51<br />
El siglo XIX fue testigo de numerosos intentos de evitar que<br />
el carácter híbrido de la modernidad minara el armonioso edificio<br />
del universo humano. <strong>La</strong> significación y la dimensión reales<br />
de esta tendencia sólo se pueden aquilatar si apartamos<br />
nuestra mirada de las lamentables bobadas «científicas» de un<br />
Gobineau o de un Houston Chamberlain y la dirigimos a las<br />
afirmaciones de las personas que marcaban la pauta del clima<br />
intelectual. Madison Grant, por ejemplo, cuando afirmaba rotundamente<br />
que «el cruce de un blanco con un indio es un indio,<br />
el cruce de un blanco con un hindú es un hindú y el cruce<br />
de uno cualquiera de estas razas europeas con un judío es un<br />
T<br />
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judío», 52 representaba mucho más el deseo popular de restauración<br />
de lo inequívoco que los excesos de los padres del racismo<br />
moderno. De hecho, Grant se enmarcaba completamente<br />
en el folclor intelectual de su época. Durante un debate mantenido<br />
en 1865, los miembros cultivados de la Anthropological<br />
Society de Londres siguieron un par de sencillas premisas que,<br />
según Fred Plog y Paul Bohannan, rezaban <strong>como</strong> sigue: «Si los<br />
"nativos" se convierten en "civilizados", [bien] se puede atribuir<br />
este hecho a [la presunta existencia de] unos ancestros<br />
"civilizados" (quizás ilegítimos)», o bien «se trata de un cambio<br />
"nominal" o puramente artificial». Dado que la mezcla real<br />
y genuina de esencias «nativas» y «civilizadas» sólo puede<br />
producir un monstruo, «[los nativos] parecen copiar y conservar<br />
todos los vicios del hombre blanco, pero pocas de sus virtudes.<br />
[...] Sin rodeos, encontré que cada negra cristiana era<br />
una prostituta y cada negro cristiano era un ladrón». 53<br />
De todas formas, la más siniestra y sobrecogedora de todas<br />
las ambigüedades es la que está escondida, la que la gente no<br />
puede detectar a tiempo. Esto era lo que más preocupaba al cruzado<br />
antisemita francés Édouard Drumont: «Es fácil darse<br />
cuenta de que los judíos que no se distinguen por sus costumbres<br />
son los más efectivos porque son menos visibles. En la burocracia,<br />
en la diplomacia, en las redacciones de los periódicos<br />
conservadores, incluso bajo la casulla de un sacerdote, esos judíos<br />
viven sin levantar sospechas». 54 <strong>La</strong> solución más efectiva, a<br />
pesar de ser la más simple, sería, claro está, marcar conspicuamente<br />
las áreas ambiguas peligrosas. Ya en 1815, y recogiendo<br />
la expresión creada por Ernst Moritz Arnt, Christian Friedrich<br />
Rühspropuso que«solcheAllerweltmenschen, dieman [...]/«den<br />
nennt» [«esas gentes de todo el mundo que se conocen corno<br />
judíos»] deberían llevar un parche amarillo en su ropa. 55 <strong>La</strong><br />
idea sería aprovechada por los legisladores nazis que decretaron<br />
que se debía colocar una estrella de David tanto en los vestidos<br />
<strong>como</strong> en las entradas de las casas de los judíos, al tiempo