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el ...narrativas contaminadas - D-Scholarship@Pitt - University of ...

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condicionada desde <strong>el</strong> arreglo supranacional en <strong>el</strong> cual inevitablemente estaban inscritas (tanto<br />

literatura como sociedad), como parte de Occidente, se entendía que en situación de<br />

neocolonialidad era imperativa una recolocación de las r<strong>el</strong>aciones literatura-escritor-escritura, es<br />

decir, d<strong>el</strong> rol autoasignado (de participación diversa o de un nuevo aislamiento), definiendo la<br />

participación de la obra en <strong>el</strong> devenir social como parte de los conflictos que, una vez más, se<br />

movían en <strong>el</strong> orden de la violencia y la violencia d<strong>el</strong> orden. El triunfo d<strong>el</strong> fascismo en la Guerra<br />

Civil Española 69 permite, entonces, avizorarlo como poder actuante en la reconducción de la<br />

modernidad global (entendida como <strong>el</strong> mínimo común de todas las variantes de modernidad) 70 ,<br />

reacomodo geopolítico que sobrevendrá con la II Guerra Mundial, no obstante su aparente<br />

derrota.<br />

Así, los vínculos entre nación y narración 71 confrontan la posibilidad de equivalencias<br />

que −como Larsen demuestra−, las hacen productivas, en cuanto a constructos ideológicos y<br />

culturales similares, sólo en cuanto están obligadas a cuestionar la epistemología que las retrotrae<br />

al siglo XIX: “la idea romántica de nacionalidad está tan pr<strong>of</strong>undamente anclada en los<br />

presupuestos de los estudios literarios modernos que la misma idea de literatura debe ser<br />

entendida en algún sentido como su producto” (Determination 169). Si nación y narración no<br />

69 Debord define <strong>el</strong> surgimiento d<strong>el</strong> fascismo, una vez aniquilado <strong>el</strong> movimiento obrero −según él−, como “una<br />

defensa extremista de la economía burguesa amenazada por la crisis y la subversión proletaria, <strong>el</strong> estado de sitio en<br />

la sociedad capitalista, por <strong>el</strong> que esta sociedad se salva y se aplica una primera racionalización de urgencia<br />

haciendo intervenir masivamente al Estado en su gestión.” (apartado 109)<br />

70 Si la modernidad o la percepción que de <strong>el</strong>la se tiene en las diversas sociedades no puede ser vista como una sola,<br />

como es obvio, las marca una experiencia y una aspiración inicial que parece fundada en la potencialidad económica<br />

y social que se anunciaba ya en la Revolución industrial. La inequidad en la expansión y la imposición de asimetrías<br />

ante y frente a la experiencia de la modernidad y su capacidad libertaria (o su opuesto) puede ser vista, también,<br />

como parte de <strong>el</strong>la misma, como su contradicción interna. De allí que, si la modernidad transforma las formas de<br />

vida y de comportamiento social, individual, cultural, también transforma los medios para oponérs<strong>el</strong>e como dictado<br />

autoritario de destinos unívocos y como promesa incumplida.<br />

71 Obviamente no creemos ni en <strong>el</strong> Volksgeist, ni en la falacia de la textualidad que critica Larsen (Determination<br />

85). Estos textos de finales de las vanguardias, textos contaminados, estarían <strong>of</strong>reciendo tensiones, resistencias,<br />

críticas, más que propiamente dándole forma al terreno simbólico de la nación, como estarían haciendo los<br />

movimiento artísticos propiamente nacionalistas.<br />

70

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