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Pancracio Celdrán Gomáriz Inventario general de insultos<br />
Respecto de la segunda parte del vocablo: "pera" es la renta vitalicia, el destino o la posición<br />
aventajada y lucrativa que permiten una vida descansada. Un pollo pera es, pues, un joven con el futuro<br />
solucionado: una perita en dulce, a decir de nuestras abuelas. Esa seguridad ante el destino que le da al<br />
joven tanta confianza en sí mismo, caracteriza al personaje, haciendo del sujeto en cuestión un individuo<br />
indolente, que tiende a la vagancia y al dulce ocio, convirtiéndose en un paseante en corte en busca de<br />
aventuras. El pollopera con poco talento no tarda en convertirse en niño pitongo, última parada para llegar<br />
a la condición de perfecto gilipollas en forma de mozalbete educado y bien vestido. Como en el caso del<br />
"pollo bien", un pollopera se siente envidiado, a pesar de que se le dirige el calificativo en son de ofensa.<br />
Porcaz.<br />
En Asturias, se dice de la persona sucia, grosera y descortés. El término habla de suciedad física y<br />
evoca tachas morales, suciedades que afectan al cuerpo y al espíritu, pues la persona a quien conviene el<br />
calificativo es de aspecto sucio, y a la vez de espíritu ramplón y conducta descortés. Hay cruce con el<br />
adjetivo "procaz".<br />
Portera.<br />
Sujeto chismoso, un tanto enredador, especie de cocinilla social que mete sus narices en asuntos que<br />
no son de su incumbencia; persona zafia, de gustos ramplones y groseros, de ningún interés. Es término<br />
que emplea a menudo Pío Baroja, junto con el de "hortera", con el que existe cruce semántico evidente.<br />
La frase de Miguel Boyer -ex ministro de Economía con el primer gobierno socialista-: "España es un<br />
país de porteras", documenta el término, y lo pone en su acepción insultante moderna.<br />
Presumido, presuntuoso.<br />
Persona jactanciosa y vana, que presume tanto con motivo fundado como sin causa. Sujeto<br />
afectado, remirado, que tiene de sí mismo una idea exagerada. Tiene puntos de contacto con el pagado de<br />
sí mismo, orgulloso y soberbio, que mira por encima del hombro a cuantos con él conviven o se<br />
relacionan. Ruiz de Alarcón, mediado el siglo XVII, pone en boca de una dama estos versos:<br />
Conócete, presumido<br />
confiado, vuelve en tí;<br />
que el seguirte yo hasta aquí,<br />
no Amor, sino fuerza ha sido.<br />
Leandro Fernández de Moratín, muy a finales del siglo XVIII, tiene esto que decir, a cierto<br />
petimetre pedante: "Usted es un erudito a la violeta, presumido y fastidioso hasta no más". En cuanto al<br />
"presuntuoso", es un presumido en grado patológico, a quien le puede el orgullo y la soberbia.<br />
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