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El juego de Ender - Orson Scott Card

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arrancado <strong>de</strong>l suelo y aterrizó en él <strong>de</strong> forma aparatosa.<br />

Se incorporó <strong>de</strong> un salto, furioso. Encontró al viejo sentado tranquilamente,<br />

con las piernas cruzadas, sin la respiración alterada, como si no se hubiera<br />

movido. En<strong>de</strong>r se quedó <strong>de</strong> pie en posición <strong>de</strong> combate, pero la inmovilidad <strong>de</strong>l<br />

otro le impedía atacar. « ¿Qué puedo hacer, arrancarle la cabeza <strong>de</strong> una patada?<br />

Y luego explicárselo a Graff: “Es que el viejo me pegó una patada, y tenía que<br />

<strong>de</strong>squitarme…”»<br />

Volvió a sus ejercicios; el viejo continuó mirándole.<br />

Finalmente, cansado e irritado por el día perdido, prisionero en su propia<br />

habitación, En<strong>de</strong>r volvió a la cama para usar su consola. Cuando se agachaba<br />

para cogerla, sintió una mano hundirse brutalmente entre sus muslos y otra mano<br />

empuñar su pelo. En un segundo estaba caído boca abajo. Tenía la cara y los<br />

hombros comprimidos contra el suelo por la rodilla <strong>de</strong>l viejo, la espalda<br />

atrozmente doblada y las piernas inmovilizadas por el brazo <strong>de</strong>l viejo. En<strong>de</strong>r<br />

estaba imposibilitado para utilizar los brazos, ni podía doblar la espalda para<br />

<strong>de</strong>stensarla y po<strong>de</strong>r actuar con las piernas. En menos <strong>de</strong> dos segundos, el viejo<br />

había <strong>de</strong>rrotado completamente a En<strong>de</strong>r Wiggin.<br />

—Está bien —dijo En<strong>de</strong>r con voz entrecortada—. Tú ganas.<br />

La rodilla <strong>de</strong>l hombre se clavó dolorosamente en su espalda.<br />

—¿Des<strong>de</strong> cuándo —preguntó el hombre, con voz tenue y áspera— tienes que<br />

<strong>de</strong>cir al enemigo cuándo ha ganado?<br />

En<strong>de</strong>r continuó en silencio.<br />

—Te sorprendí una vez, En<strong>de</strong>r Wiggin. ¿Por qué no me <strong>de</strong>struiste<br />

inmediatamente? ¿Simplemente porque parecía pacífico? Me diste la espalda.<br />

Estúpido. No has aprendido nada. No has tenido nunca un maestro.<br />

Ahora En<strong>de</strong>r estaba irritado, y no hizo ningún esfuerzo por controlarlo o<br />

disimularlo.<br />

—He tenido <strong>de</strong>masiados profesores, ¿cómo iba a saber que usted resultaría<br />

ser un…?<br />

—Un enemigo, En<strong>de</strong>r Wiggin —susurró el viejo—. Soy tu enemigo, el<br />

primero que has tenido que es más listo que tú. No hay más maestro que el<br />

enemigo. Nadie sino el enemigo te dirá lo que va a hacer el enemigo. Nadie sino<br />

el enemigo te enseñará a <strong>de</strong>struir y conquistar. Sólo el enemigo te enseña tus<br />

puntos débiles. Sólo el enemigo te enseña sus puntos fuertes. Y las únicas reglas<br />

<strong>de</strong>l <strong>juego</strong> son qué pue<strong>de</strong>s hacerle y qué pue<strong>de</strong>s impedir que él te haga. A partir<br />

<strong>de</strong> ahora soy tu enemigo. A partir <strong>de</strong> ahora soy tu maestro.<br />

Entonces el viejo <strong>de</strong>jó caer las piernas <strong>de</strong> En<strong>de</strong>r. Como todavía tenía la<br />

cabeza contra el suelo, el chico no pudo hacer contrapeso con los brazos, y las<br />

piernas golpearon el suelo produciendo un crujido sonoro y un dolor agudo.<br />

Luego, el viejo se puso en pie y permitió que En<strong>de</strong>r se incorporara.<br />

Lentamente, En<strong>de</strong>r arrastró las piernas, no sin un débil gemido <strong>de</strong> dolor. Se

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