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El juego de Ender - Orson Scott Card

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la mesa <strong>de</strong>l Gigante para que le pusiera <strong>de</strong>lante los dos vasos largos.<br />

Miró fijamente a los dos líquidos. Uno espumajeaba, el otro hacía olas como<br />

el mar. Intentó adivinar qué clase <strong>de</strong> muerte contenía cada uno.<br />

« Probablemente, <strong>de</strong>l océano saldrá un pez y me comerá. <strong>El</strong> espumoso<br />

probablemente me asfixiará. Odio este <strong>juego</strong>. No es limpio. Es estúpido. Está<br />

amañado» , se dijo.<br />

Y en vez <strong>de</strong> meter la cara en uno <strong>de</strong> los líquidos, lo volcó <strong>de</strong> una patada, y<br />

luego el otro, y esquivó las enormes manos <strong>de</strong>l Gigante mientras este gritaba:<br />

—¡Tramposo, tramposo!<br />

Saltó a la cara <strong>de</strong>l Gigante, trepó por los labios y la nariz y se puso a escarbar<br />

en su ojo. La masa salía con facilidad, como requesón, y el Gigante chillaba. La<br />

figura <strong>de</strong> En<strong>de</strong>r horadó el ojo, saltó <strong>de</strong>ntro y horadó más y más.<br />

<strong>El</strong> Gigante se <strong>de</strong>splomó hacia atrás. <strong>El</strong> escenario cambiaba mientras caía, y<br />

cuando el Gigante llegó al suelo y se paró, era un encaje <strong>de</strong> intrincados árboles.<br />

Un murciélago voló y se posó en la nariz <strong>de</strong>l Gigante muerto. En<strong>de</strong>r sacó su<br />

figura <strong>de</strong>l ojo <strong>de</strong>l Gigante.<br />

—¿Cómo has llegado aquí? —preguntó el murciélago—. Aquí no viene nadie.<br />

Naturalmente, En<strong>de</strong>r no podía respon<strong>de</strong>r. Por eso, se agachó, cogió un puñado<br />

<strong>de</strong> masa <strong>de</strong>l ojo <strong>de</strong>l Gigante y se lo ofreció al murciélago.<br />

<strong>El</strong> murciélago lo cogió y se marchó volando, gritando mientras se iba:<br />

—Bienvenido al País <strong>de</strong> la Fantasía.<br />

Lo había conseguido. Debería explorar. Debería bajarse <strong>de</strong> la cara <strong>de</strong>l<br />

Gigante y ver qué había conseguido por fin.<br />

Pero, en vez <strong>de</strong> hacerlo, <strong>de</strong>sconectó el programa, puso la consola en el<br />

casillero, se quitó la ropa y se cubrió con la manta. No había querido matar al<br />

Gigante. Se suponía que se trataba <strong>de</strong> un <strong>juego</strong>. No tenía más alternativa que una<br />

muerte horripilante o un asesinato incluso peor. « Soy un asesino, incluso jugando.<br />

Peter estaría orgulloso <strong>de</strong> mí» .

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