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celebrar su cumpleaños, o simplemente <strong>de</strong>cirle que era su cumpleaños, para que<br />
le felicitara. Pero nadie comentaba los cumpleaños. Era infantil. Era lo que<br />
hacían los terrícolas. Tartas y costumbres tontas. Valentine le hizo la tarta el día<br />
<strong>de</strong> su sexto cumpleaños. Se cayó y fue terrible. Ya nadie sabía cocinar, era el<br />
tipo <strong>de</strong> cosas que sólo a Valentine se le podía ocurrir hacer. Todo el mundo hizo<br />
chanzas a cuenta <strong>de</strong> la tarta, pero En<strong>de</strong>r guardó un trozo en el armario. Luego le<br />
quitaron el monitor y se marchó, y, por lo que sabía, seguía estando allí, un trocito<br />
<strong>de</strong> polvo amarillo grasoso. Nadie hablaba <strong>de</strong> su casa, nunca entre soldados; antes<br />
<strong>de</strong> la Escuela <strong>de</strong> Batalla no había habido vida. Nadie recibía cartas, y nadie<br />
escribía. Todos hacían como que no les importaba.<br />
« Pero a mí me importa —pensó En<strong>de</strong>r—. La única razón por la que estoy<br />
aquí es para que ningún insector le pegue a Valentine un tiro en el ojo, para que<br />
no le vuelen la cabeza como a los soldados <strong>de</strong> los ví<strong>de</strong>os <strong>de</strong> las primeras batallas<br />
con los insectores. Para que no le atraviesen la cabeza con un rayo tan caliente<br />
que el cerebro reviente el cráneo y se <strong>de</strong>rrame como un bizcocho cuando se<br />
hincha, como pasaba en mis peores pesadillas, en mis peores noches, cuando me<br />
<strong>de</strong>spertaba temblando pero en silencio, <strong>de</strong>bo guardar silencio u oirán que echo <strong>de</strong><br />
menos a mi familia, que quiero irme a casa» .<br />
Por la mañana se sintió mejor. Su casa era sólo un dolor sordo en la parte<br />
posterior <strong>de</strong> su memoria. Un cansancio en los ojos. Esa mañana Bonzo entró<br />
cuando se estaban vistiendo.<br />
—¡Trajes refulgentes! —gritó.<br />
Iba a haber una batalla. <strong>El</strong> cuarto <strong>juego</strong> <strong>de</strong> En<strong>de</strong>r.<br />
<strong>El</strong> enemigo era la escuadra Leopardo. Sería fácil. Leopardo era nueva, y<br />
estaba siempre en el último cuarto <strong>de</strong> la clasificación. Había sido organizada sólo<br />
seis meses antes, con Pol Slattery como comandante. En<strong>de</strong>r se puso su nuevo<br />
traje <strong>de</strong> batalla y se alineó; Bonzo le sacó a empujones <strong>de</strong> la línea y le hizo<br />
<strong>de</strong>sfilar el último: « No necesitabas hacer esto —dijo En<strong>de</strong>r en silencio—. Podías<br />
haberme <strong>de</strong>jado estar en la línea» .<br />
En<strong>de</strong>r observó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el corredor. Pol Slattery era joven, pero era listo, tenía<br />
algunas i<strong>de</strong>as nuevas. Mantuvo a sus soldados en movimiento, saltando <strong>de</strong> una<br />
estrella a otra, <strong>de</strong>slizándose por las pare<strong>de</strong>s para ponerse por <strong>de</strong>trás o por encima<br />
<strong>de</strong> los imperturbables Salamandra. En<strong>de</strong>r sonrió. Bonzo estaba<br />
irremediablemente confundido, y también sus hombres. Leopardo parecía tener<br />
hombres en todos sitios. De todas formas, la batalla no fue tan <strong>de</strong>sigual como<br />
parecía. En<strong>de</strong>r se dio cuenta <strong>de</strong> que Leopardo también estaba perdiendo muchos<br />
hombres; su temeraria táctica les exponía <strong>de</strong>masiado. Lo que importaba sin<br />
embargo era que Salamandra se sentía <strong>de</strong>rrotada. Habían cedido totalmente la<br />
iniciativa. Aunque todavía estaban igualados con el enemigo, se apretaban unos<br />
contra otros como el último superviviente <strong>de</strong> una masacre, como si esperaran<br />
que el enemigo se olvidara <strong>de</strong> ellos en la carnicería que se avecinaba.