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El juego de Ender - Orson Scott Card

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casaba con quién, y quién estaba enfermo, y cuándo era el tiempo <strong>de</strong> sembrar, y<br />

por qué he <strong>de</strong> pagarle si el becerro murió al cabo <strong>de</strong> tres semanas.<br />

—Se han convertido en gente <strong>de</strong> campo —dijo Valentine—. A nadie le<br />

importa que Demóstenes esté enviando, precisamente hoy, el séptimo volumen<br />

<strong>de</strong> su historia. Aquí no lo leerá nadie.<br />

En<strong>de</strong>r pulsó un botón y su consola le mostró la página siguiente.<br />

—Muy lúcido, Valentine. ¿Cuántos volúmenes te faltan?<br />

—Sólo uno. La historia <strong>de</strong> En<strong>de</strong>r Wiggin.<br />

—¿Cómo te las vas a arreglar? ¿Esperarás a que me muera?<br />

—No. Escribiré, y cuando llegue al presente, me pararé.<br />

—Tengo una i<strong>de</strong>a mejor. Llega hasta el día en que ganamos la batalla final.<br />

Párate ahí. Lo que he hecho <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces no merece la pena ser contado.<br />

—Tal vez —dijo Valentine—. O tal vez no.<br />

<strong>El</strong> ansible les había traído la noticia <strong>de</strong> que la nueva nave colonizadora estaba<br />

a solo un año. Pidieron a En<strong>de</strong>r que les buscara un lugar para asentarse,<br />

suficientemente cerca <strong>de</strong> la colonia <strong>de</strong> En<strong>de</strong>r para que pudieran comerciar entre<br />

sí, pero suficientemente lejos para que pudieran gobernarse solos. En<strong>de</strong>r cogió el<br />

helicóptero y comenzó a explorar. Se llevó consigo a uno <strong>de</strong> los niños, un chico <strong>de</strong><br />

once años llamado Abra; tenía sólo tres cuando se fundó la colonia, y no<br />

recordaba más mundo que este. Él y En<strong>de</strong>r volaron tan lejos como podía ir el<br />

helicóptero, luego acamparon para pasar la noche con la intención <strong>de</strong> hacer un<br />

recorrido a pie a la mañana siguiente, para hacerse una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l terreno.<br />

Transcurría la tercera mañana cuando En<strong>de</strong>r comenzó a tener la<br />

<strong>de</strong>sagradable sensación <strong>de</strong> que había estado antes en ese sitio. Miró en torno<br />

suyo; era tierra nueva, no la había visto nunca. Llamó a Abra.<br />

—Hola, En<strong>de</strong>r —gritó Abra. Estaba en la cima <strong>de</strong> una colina baja y<br />

escalonada—. ¡Sube!<br />

En<strong>de</strong>r trepó, y la turba cedía a su paso en el blando suelo. Abra señalaba<br />

hacia abajo.<br />

—Es increíble —dijo.<br />

La colina estaba agujereada. Una profunda <strong>de</strong>presión en el centro,<br />

parcialmente llena <strong>de</strong> agua, estaba cercada por pendientes cóncavas, que<br />

sobresalían peligrosamente por encima <strong>de</strong>l agua. Por un lado, la colina se abría<br />

en dos largas estribaciones que formaban un valle en forma <strong>de</strong> V; por el otro<br />

lado, la colina se elevaba en una roca blanca, que sonreía y parecía una calavera<br />

con un árbol saliendo por la boca.<br />

—Es como un gigante muerto —dijo Abra—, y la tierra ha crecido para<br />

cubrir su esqueleto.<br />

Ahora En<strong>de</strong>r sabía por qué le había parecido tan familiar. <strong>El</strong> cadáver <strong>de</strong>l

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