El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
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NARRATIVA<br />
en <strong>la</strong>s mesas del Café.<br />
<strong>El</strong> tipo es una bestia, dirán los miembros del Jurado.<br />
<strong>El</strong> tipo es una bestia, dirá <strong>la</strong> escritora y solo entonces se verá<br />
desarmada, no le quedará otro remedio que abrirme <strong>la</strong> puerta del<br />
cuarto, quitarse <strong>la</strong> ropa y apagar <strong>la</strong> luz.<br />
Una apuesta es una apuesta, le diré, como hice el día que nos<br />
conocimos en <strong>la</strong> Casa de Cultura. Me sacaré los zapatos, los pantalones,<br />
pondré encima de <strong>la</strong> mesita de noche los tres libros, cual<br />
si formaran parte del ritual y sus autores, comp<strong>la</strong>cidos, pudieran<br />
ver los resultados de mi esfuerzo.<br />
<strong>El</strong> tren reanuda <strong>la</strong> marcha. <strong>El</strong> puente queda atrás, entre <strong>la</strong><br />
cortina de lluvia y <strong>la</strong>s fachadas de los edificios. Salimos de <strong>la</strong> ciudad<br />
y entramos de a poco en el descampado. Afuera el paisaje se<br />
repite idéntico: un desierto interminable de rocas b<strong>la</strong>ncas, a ratos<br />
algún conejo, un caballo o un grupo de cangrejos carreteros, de<br />
esos que se cue<strong>la</strong>n entre <strong>la</strong>s vías del tren y atraviesan los rieles<br />
cuando va a caer <strong>la</strong> noche.<br />
Me duele el pecho, repaso <strong>la</strong>s líneas que acabo de leer. Busco<br />
un vínculo, algo que me una a Cortázar y solo encuentro kilómetros<br />
entre mis intenciones y su ilusión, entre sus litros de vino y<br />
los tragos que me despacho directamente de <strong>la</strong> caneca, siempre<br />
que rebaso una docena de páginas. <strong>El</strong> alcohol baja como lenguas<br />
de fuego y me alivia por unos minutos. Luego vuelve <strong>la</strong> humedad,<br />
<strong>la</strong> lluvia, <strong>la</strong> fiebre y el sudor.<br />
Registro cada uno de los bolsillos hasta que encuentro <strong>la</strong><br />
tableta de pastil<strong>la</strong>s, ya solo me quedan dos. En cuanto se detenga<br />
el tren debo ir directo a una farmacia, sin <strong>la</strong>s pastil<strong>la</strong>s los dolores<br />
son incontro<strong>la</strong>bles.<br />
La escritora no sabe de mis dolores, yo tampoco sé de los<br />
suyos. Así es mejor. Solo intercambiamos elementos comunes,<br />
cuestiones de interés para los dos.<br />
Siempre hemos hab<strong>la</strong>do de literatura. Nos colgamos del telé-<br />
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