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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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NARRATIVA<br />

con interés y después escribió de prisa. ¿Comenzaba a impresionarse<br />

con mi inteligencia? Mientras escribía, <strong>la</strong> observé sin pudor.<br />

Rebeca es un número perfecto que los egipcios nunca descubrieron.<br />

Llegaría el instante en que pudiera decírselo. A <strong>la</strong>s doce<br />

menos siete <strong>la</strong> escuché resop<strong>la</strong>r y le pedí hacer un alto. Rebeca me<br />

lo agradeció. La invité a los pasteles y al jugo de naranja… Jugo<br />

de naranja, sí; pasteles, no, dijo Rebeca. ¿Engordan demasiado,<br />

verdad?, pregunté. Sí, los pasteles eran fatales, aunque se volvía<br />

loca por los dulces de frutas, <strong>la</strong>s merme<strong>la</strong>das…, igual que les pasa<br />

a mami y Alicia, una amiguita suya que también le tenía pánico a<br />

los números y por eso contrató a un profesor privado. Pero yo no<br />

soy privado, Rebeca, no voy a cobrarle a nadie por darle una<br />

ayuda. Yo estaba intentando ser Dios, dibujando un personaje<br />

perfecto, tras el cual se ocultaba el demonio que pretendía seducir<strong>la</strong><br />

y tener<strong>la</strong>, en el siguiente minuto, prendida del cuello, invitándolo<br />

a vibrar, a sacarle del cuerpo <strong>la</strong> soledad y <strong>la</strong> derrota a quien<br />

casi tocaba <strong>la</strong>s puertas del medio siglo, una edad en que los hombres<br />

ya han perdido el atractivo para <strong>la</strong>s hembras hermosas.<br />

Rebeca tomó el refresco y secó los <strong>la</strong>bios con un pase de lengua.<br />

Un gesto delicioso. Estaba terminando nuestra primera cita.<br />

Parece que me entendiste bien, Rebeca, ¿viste que <strong>la</strong>s matemáticas<br />

no son tan terribles? Rebeca dijo que yo enseñaba de manera fácil<br />

los ejercicios más complicados. Me dio <strong>la</strong>s gracias y se dirigió a <strong>la</strong><br />

puerta de calle. Entonces le pedí detenerse y le entregué, sin rubores,<br />

Lolita, de V<strong>la</strong>dimir Nabokov, y una antología con varios<br />

<strong>cuentos</strong>, entre ellos uno, el que más me conmovía, de amores<br />

imposibles, como son en verdad, Rebeca, los grandes amores:<br />

Rapsodia para los amantes del segundo piso. Hojeó los dos ejemp<strong>la</strong>res,<br />

los guardó en su mochi<strong>la</strong> y dijo que me traería su opinión<br />

el sábado próximo. Si Rebeca no regresaba, podría dar por seguro<br />

que veía en mi persona a un viejo decadente, a un tarado que,<br />

de un momento a otro, comenzaría a sobarle los muslos por<br />

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