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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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NARRATIVA<br />

so<strong>la</strong>r, de <strong>la</strong> indigencia, él sería un triunfador. Para su primer salto<br />

a <strong>la</strong> gloria lo esperaba Nueva York, <strong>la</strong> tierra en La Habana no era<br />

firme para fijar <strong>la</strong> pértiga. Él soñaba con <strong>la</strong> vara arqueada y el<br />

impulso último, los pies sobre <strong>la</strong> cinta, su cuerpo en arco y <strong>la</strong><br />

caída. Ramón soñaba con sus manos levantadas, abiertas, como<br />

en <strong>la</strong> V de <strong>la</strong> Victoria, sus pies hundidos en el colchón. Mucho<br />

más de seis metros en el salto, veinte centímetros, quizá otro<br />

poco. Un fuerte impulso, un perfecto brinco. Ramón imaginaba<br />

sus eventos neoyorquinos y a su madre ga<strong>la</strong>na en medio de <strong>la</strong>s<br />

gradas, ap<strong>la</strong>udiendo, dando vivas; y a su muchacha ataviada,<br />

muy florida en el vestido, protegida del sol con espejuelos oscurísimos.<br />

Una noche estuvo dibujando hasta muy tarde, no lo hacía tan<br />

mal. Entonces se dibujó sosteniendo <strong>la</strong> vara <strong>la</strong>rga: era muy alta,<br />

bien arqueada, y era él quien se elevaba, quien bordeaba con sus<br />

curvas un rascacielos en Nueva York. Para que no aparecieran<br />

dudas escribió su nombre en <strong>la</strong> camiseta del muñeco saltador, y<br />

Nueva York en lo más alto del rascacielos. En <strong>la</strong> mesa apostó el<br />

dibujo, era <strong>la</strong> señal de que se había marchado. Prefirió no despedirse<br />

de su madre, temía que intentara disuadirlo. Largas <strong>la</strong>s<br />

piernas que lo llevaron al camino. Alto, erguido, ágil el muchacho.<br />

Y Ramón regresó, ya no ágil, ya no erguido.<br />

Bien sabía que Nueva York estaba lejos y que no sería muy<br />

fácil hacer el viaje. No fue vencer el trecho por el mar lo que<br />

escogió. <strong>El</strong> mar era furioso, era inasible. Ramón entendía mejor<br />

al viento, a <strong>la</strong>s alturas. Viajó a Oriente, hasta Guantánamo llegó.<br />

A fin de cuentas, él podía traspasar <strong>la</strong> val<strong>la</strong> sin tocar<strong>la</strong>; entre <strong>la</strong><br />

varil<strong>la</strong> y el a<strong>la</strong>mbre del cercado no había tanta diferencia, <strong>la</strong>s dos<br />

estaban tendidas en <strong>la</strong> altura y él tenía una pértiga en sus manos.<br />

Nada le resultaba más gustoso que andar asido a su asta <strong>la</strong>rga.<br />

Prefería el salto, y no tenía otra opción que no fuera <strong>la</strong> escapada,<br />

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