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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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NARRATIVA<br />

no había enviado ninguna foto a Hamburgo, pero también haría<br />

lo imposible por acabar siendo más joven y bello que de costumbre.<br />

C<strong>la</strong>ra se rió con gusto. Su risa me provocó náuseas. No pude<br />

impedir que cruzaran por mi cerebro mis últimos años de matrimonio<br />

con el<strong>la</strong>, años repletos de desganos, depresiones, sexo mal<br />

hecho… Entonces decidí agredir<strong>la</strong>: te ríes con risa de vieja menopáusica,<br />

con risa de mujeres que están secas. C<strong>la</strong>ra enmudeció. Mi<br />

estocada le había atravesado el pecho. Mujer decadente, inservible,<br />

mujer sin brillo en los ojos, mujer en guerra con <strong>la</strong> pasión y<br />

el sexo y, casi seguro, con <strong>la</strong> felicidad, ¿de quién pretendes bur<strong>la</strong>rte?,<br />

debí gritarle al teléfono, pero C<strong>la</strong>ra fue muy veloz en el contraataque.<br />

Sí, ya no le daba <strong>la</strong> menstruación, pero estaba viva y<br />

no estaba seca, chilló en mi oído y continuó los insultos sin tomar<br />

aire. No me hagas caso, soy un vampiro, perdona que te pregunte<br />

por <strong>la</strong> sangre, logré a duras penas interca<strong>la</strong>r mis pa<strong>la</strong>bras entre<br />

su rabieta. No eres un vampiro, eres un imbécil. Me harté de<br />

escuchar insultos, colgué el teléfono y terminé de comer. Sobre <strong>la</strong>s<br />

ocho tocaron a <strong>la</strong> puerta. Abrí sin apuro. No imaginé que fuera<br />

Rebeca. De pronto tuve ante mí a una muchacha con el cabello<br />

pintado de rojo estridente, una figura de atleta y un cuaderno<br />

esco<strong>la</strong>r en <strong>la</strong> mano. Buscaba al profesor Aramís, ¿es usted?, me da<br />

pena molestarlo; pero tengo problemas con <strong>la</strong>s matemáticas. Si<br />

me dices que eres Alicia, te digo que soy Aramís y que puedo<br />

ayudarte con <strong>la</strong>s matemáticas. Sí, c<strong>la</strong>ro que era Alicia, ¿cómo lo<br />

supo? Los vampiros siempre saben quién es quién. Alicia se<br />

cubrió <strong>la</strong> boca con el cuaderno para que no <strong>la</strong> viera reírse.<br />

¿Entonces?, preguntó bajando el cuaderno. Puedo ayudarte, c<strong>la</strong>ro<br />

que puedo. Alicia se acarició <strong>la</strong> cabeza con orgullo. Un color<br />

especial, le dije en un susurro morboso. Me han dicho, profe, que<br />

es un tinte muy agresivo, que parece sangre, ¿qué usted cree?,<br />

¿está muy escandaloso? Estoy por pensar, Alicia, que el escándalo<br />

es lo único que salva al hombre, lo único que lo mejora. Alicia<br />

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