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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

hubiera hecho un equipo de asalto realmente profesional, incluso<br />

con muy poco equipo. Desde cegar los sensores ópticos con punteros<br />

láser como el que le viera a uno de los atacantes, a quemar<br />

los neumáticos de repuesto y un tanque de gasolina para crear<br />

pantal<strong>la</strong>s de calor y humo. Incluso les hubiera ido mejor intentando<br />

agujerear <strong>la</strong> pared exterior con explosivos.<br />

De repente un estallido de luz entró por <strong>la</strong> izquierda de <strong>la</strong><br />

visión de Cheng, haciendo que los binocu<strong>la</strong>res se ennegrecieran<br />

para proteger sus ojos. Cheng esperó un segundo a recuperar <strong>la</strong><br />

c<strong>la</strong>ridad, y desp<strong>la</strong>zó su perspectiva en busca del origen de <strong>la</strong> l<strong>la</strong>marada.<br />

Tras un paneo, descubrió a un hombre alto y rubio,<br />

escudado tras <strong>la</strong> última furgoneta, que llevaba un <strong>la</strong>nzacohetes.<br />

Después de todo, al menos uno tiene recursos y agal<strong>la</strong>s, pensó<br />

Cheng; pero no los había mostrado a tiempo, pues desde <strong>la</strong> carretera<br />

se escuchaba el ulu<strong>la</strong>r de <strong>la</strong>s sirenas policiales. Los atacantes<br />

estaban en <strong>la</strong> clásica situación de sitiadores sitiados.<br />

Cheng dirigió los binocu<strong>la</strong>res hacia <strong>la</strong> gran puerta metálica del<br />

parqueo, a los <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong> cual estaban <strong>la</strong>s ametral<strong>la</strong>doras, y<br />

descubrió divertido que ambas seguían incólumes. De seguro<br />

habían detectado y destruido el cohete en pleno vuelo. La<br />

tecnología se derivaba del sistema de protección de vehículos de<br />

combate gracias al cual <strong>la</strong>s fuerzas blindadas chinas habían<br />

ap<strong>la</strong>stado al ejército indio con pérdidas ínfimas. Debían hacer<br />

algo mejor los asaltantes, si querían neutralizar a <strong>la</strong>s armas<br />

automáticas para al menos escapar con calma.<br />

Justo entonces Cheng escuchó un fortísimo estruendo proveniente<br />

de <strong>la</strong> carretera; una explosión tan potente que <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>ntas<br />

de sus pies sintieron <strong>la</strong> vibración del suelo. “Sí que hicieron un<br />

p<strong>la</strong>n”, pensó Cheng, “al menos esto previeron”. Si los atacantes<br />

lograban obstruir por completo el paso por <strong>la</strong> estrecha carretera,<br />

habrían ganado unos quince minutos, el tiempo que demoraría en<br />

llegar una compañía del próximo cuartel de <strong>la</strong> policía especial, en<br />

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