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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

con armas nucleares a <strong>la</strong> República Popu<strong>la</strong>r de <strong>la</strong>s Is<strong>la</strong>s Caimán…<br />

como represalia a que, días antes y en visita oficial, <strong>la</strong> limusina<br />

del presidente caimanero atropel<strong>la</strong>ra por accidente a Patato, el<br />

perro sato y adorada mascota de <strong>la</strong> Primera Dama guyanesa.<br />

Aquel<strong>la</strong> “escaramuza” atómica por muy poco no se convierte<br />

en <strong>la</strong> Tercera Guerra Mundial (por tantos años vaticinada y esperada<br />

que ya nadie <strong>la</strong> creía posible)<br />

Aunque al final se navegó con suerte: pese a tantos pronósticos,<br />

el mundo no se destruyó en el holocausto definitivo.<br />

“La Ultima Guerra”, como se le conoció después, apenas si<br />

duró tres horas y no involucró a <strong>otros</strong> países… pero <strong>la</strong>s consecuencias<br />

fueron casi tan graves e irreversibles como si hubiese<br />

tratado de un conflicto global.<br />

Se tardó un par de años en comprender que <strong>la</strong>s grandes cantidades<br />

de polvo radiactivo que <strong>la</strong> explosión de varias ojivas atómicas<br />

<strong>la</strong>nzaron a <strong>la</strong> atmósfera de <strong>la</strong>s dos naciones beligerantes, y que<br />

luego el viento dispersó por todo el p<strong>la</strong>neta, habían provocado <strong>la</strong><br />

esterilidad de más del noventa por ciento de <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción mundial,<br />

por atrofia de sus célu<strong>la</strong>s reproductoras.<br />

Peor aún; <strong>la</strong> abrumadora mayoría de los niños nacidos a partir<br />

de entonces tampoco eran capaces de tener descendencia, al llegar<br />

a <strong>la</strong> pubertad.<br />

<strong>El</strong> número de personas capaces de replicar <strong>la</strong> especie disminuía<br />

vertiginosamente con cada nueva generación; <strong>la</strong> humanidad estaba,<br />

más que asustada, aterrorizada. Surgieron sectas catastrofistas,<br />

hubo motines masivos y o<strong>la</strong>s de suicidios. Los más bril<strong>la</strong>ntes<br />

biólogos y médicos del mundo dedicaban todos sus esfuerzos a<br />

buscar una solución…<br />

Pero todavía pasó medio siglo de natalidad decreciente antes<br />

de que un investigador cubano, el posteriormente tan célebre y<br />

a<strong>la</strong>bado Pepe “<strong>El</strong> Wao” Pérez, descubrió en el organismo de <strong>la</strong>s<br />

gallinas unas hormonas que, inyectadas en grandes dosis a <strong>la</strong>s<br />

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