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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

<strong>El</strong> Cara metió <strong>la</strong> mano en un gran envoltorio que estaba a sus<br />

pies, sacó un arma y se <strong>la</strong> tiró a Marquito. Éste <strong>la</strong> tomó y le dio<br />

<strong>la</strong> vuelta para ver <strong>la</strong> marca. Al leer, dio un respingo.<br />

<strong>El</strong> Cara hizo un gesto que lograba expresar tanto curiosidad<br />

como desdén.<br />

—No le gustan <strong>la</strong>s pisto<strong>la</strong>s chinas —explicó <strong>El</strong> Coco.<br />

—¡No jodas! —exc<strong>la</strong>mó <strong>El</strong> Cara—. ¡Aquí todo es chino, mi<br />

hermano! Fíjate que, si <strong>la</strong> mujer me pare un chinito, yo no me voy<br />

a poner bravo.<br />

<strong>El</strong> Coco y Cintras corearon ruidosamente <strong>la</strong>s risotadas del<br />

Cara; Marquito con media boca.<br />

<strong>El</strong> Cara volvió a meter <strong>la</strong> mano en el envoltorio y comenzó a<br />

sacar paquetes que después les tiraba a los demás. —Son todos<br />

ajustables —dijo—, pero los hay más anchos, más <strong>la</strong>rgos, para<br />

todos los cuerpos. Busquen el suyo. Los cascos vienen en dos<br />

tal<strong>la</strong>s nada más, gente y cabezones.<br />

Los demás comenzaron a manipu<strong>la</strong>r los paquetes, y tras descubrir<br />

que eran armaduras para tronco y muslos, comenzaron a<br />

probárse<strong>la</strong>s.<br />

—Hecho en China, mi socio —le dijo <strong>El</strong> Cara a Marquito con<br />

expresión burlona—; lo siento, no tengo otra marca.<br />

—Él se lo pone, no te preocupes —dijo Cintras, observando<br />

cómo Marquito le daba vueltas al chaquetón—. La cabeza es por<br />

ahí.<br />

—No hagan <strong>la</strong> noche conmigo —masculló Marquito—, que<br />

yo no soy maricón de nadie.<br />

<strong>El</strong> Cara <strong>la</strong>rgó una carcajada. —¡No importa, chama! A cualquiera<br />

lo vaci<strong>la</strong>n, y no por eso deja de ser hombre; el bugarrón<br />

que te metió ese cuento te engañó. Tremenda pena me da contigo<br />

que te hayan convencido tan fácil.<br />

Todos menos Marquito rieron con ganas.<br />

—Bueno, el baleiro —anunció <strong>El</strong> Cara—. Díganme los calibres.<br />

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