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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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NARRATIVA<br />

frente, igual que un capitán a una tormenta, igual que un torero<br />

al toro que lo embiste. Rió con ganas Rebeca, le saltaron los<br />

pechos como rocas vivas bajo un pulóver color mamoncillo, resp<strong>la</strong>ndecieron<br />

sus dientes y unas gotas de sudor en su barbil<strong>la</strong>. La<br />

sangre se me animó en <strong>la</strong>s venas. La invité a sentarse y abrí <strong>la</strong><br />

puerta de <strong>la</strong> calle para evitar <strong>la</strong>s incómodas sospechas de cualquier<br />

vecino. Fui a mi cuarto por papel y lápiz. Rebeca me siguió<br />

sin pedir permiso y se detuvo sorprendida ante mi librero, inclinado<br />

por el peso de tantos ejemp<strong>la</strong>res, casi ninguno de matemáticas.<br />

¿A usted le gusta <strong>la</strong> literatura, profe? Me encantan <strong>la</strong>s matemáticas<br />

y el cine, y soy un fanático de <strong>la</strong> literatura, me gustan<br />

desde Homero hasta esos muchachos que escriben <strong>cuentos</strong> eróticos,<br />

le dije con sorpresivo descaro. A el<strong>la</strong> no le gustaba Homero,<br />

pero sí los <strong>cuentos</strong> eróticos, tanto como los poemas de amor, <strong>la</strong>s<br />

nove<strong>la</strong>s policíacas, juveniles, y <strong>la</strong>s de García Márquez. ¿Y a usted<br />

no le ha dado por escribir nove<strong>la</strong>s, <strong>cuentos</strong>, no sé? Siempre he<br />

querido, pero comienzo a escribir y entonces me asusto. ¿De qué<br />

se asusta, profe? Me asusta convertirme en un mal escritor.<br />

Reímos. Yo más alto que Rebeca. Confesó haberse leído un cuento<br />

erótico donde <strong>la</strong> autora ponía a todos encueros, metidos en un<br />

gran re<strong>la</strong>jo en el patio de un museo colonial. Un cuento que pasó<br />

de mano en mano por cada grupo del Pre y ya algunos de sus<br />

amigos se lo sabían de memoria. Sí, Rebeca, los <strong>cuentos</strong> eróticos<br />

tienen su encanto, se le meten a uno por el cuerpo del mismo<br />

modo en que le gusta meterse al Diablo. ¿Y usted ya se leyó toda<br />

esa biblioteca? Le respondí que no leía, sino que releía por tercera,<br />

quinta ocasión, aquellos ejemp<strong>la</strong>res infinitos. Abrió <strong>la</strong> boca<br />

sorprendida. Rebeca también tenía decenas libros que le compraba<br />

su madre o que compraba el<strong>la</strong> misma. Pero no tantos. No<br />

tantos como usted, profe. Me aseguró que vendría el sábado<br />

siguiente, a <strong>la</strong>s diez de <strong>la</strong> mañana. No preguntó si yo estaría dispuesto<br />

a recibir<strong>la</strong> a esa hora. <strong>El</strong><strong>la</strong> misma decidió mi horario de<br />

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