El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
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NARRATIVA<br />
Sergei Bubka?, ¿dónde estará?, se pregunta el muti<strong>la</strong>do y escucha<br />
<strong>la</strong> cantaleta de su madre asegurando que hace calor, como si él no<br />
lo supiera, y que nada tiene para cocinar. Gloria asegura que esa<br />
tarde tomarán sopa, con concentrado de bacon o de pollo, solo<br />
un cuadrito para el agua bien caliente, nada más. Gloria le recuerda<br />
que <strong>la</strong> herida en <strong>la</strong> cabeza le ha servido de pretexto cuatro<br />
meses, que ya es hora de que salga a trabajar. Ramón se toca,<br />
recuerda <strong>la</strong>s piernas que le faltan, piensa en Jorge Ángel.<br />
Cuando el Crema lo ayudó a bajar <strong>la</strong>s escaleras le contó que<br />
el maricón tenía fiesta. Era dos de agosto y estaba celebrando el<br />
cumpleaños, había llegado mucha gente, todos jóvenes. Él mismo<br />
ayudó a subir varias cajas de cerveza, y por los olores parecía que<br />
<strong>la</strong> comida era buenísima, preguntó si no lo habían invitado y él<br />
respondió que no, se alejó por Aguiar; muleteando, muleteando.<br />
Fue su madre quien vino a darle <strong>la</strong> noticia, estaba muy nerviosa,<br />
lloraba sin consuelo, lo poco que tenía se esfumó, se convirtió<br />
en polvo de cenizas. La mujer quiso describir <strong>la</strong> fuerza de <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas,<br />
habló de los bomberos, lloró. Se preguntaba en qué lugar<br />
irían a vivir, exigió a Ramón que dijera algo, que no se quedara<br />
tan cal<strong>la</strong>do, necesitaba una pa<strong>la</strong>bra. “Grita coño”. Gloria lo<br />
l<strong>la</strong>mó insensible e intentó pegarle, Ramón se defendió con <strong>la</strong><br />
muleta, y el<strong>la</strong> volvió a llorar, a preguntarse dónde iban a vivir, en<br />
qué lugar, y habló de Esteban, el que pasó toda su vida obsesionado<br />
con el agua para terminar achicharrado. “Ovidio está muerto,<br />
dicen que <strong>la</strong> hija lo encerró en el cuarto”, pero Ramón no se<br />
inmutó, ni siquiera cuando su madre habló de Jorge Ángel. Nadie<br />
lo había visto después del incendio, debió entretenerse intentando<br />
resguardar <strong>la</strong>s cosas de valor, tenía muchas; se comentaba que<br />
podía estar sepultado entre los escombros, quizá le quedaba algo<br />
de vida.<br />
Ramón permaneció sentado, sin chistar, y vio a su madre<br />
correr llorando hacía <strong>la</strong> calle de Aguiar. Ramón se tocó <strong>la</strong> pértiga,<br />
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