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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

muestra de que este era un país de segunda, se dijo Cheng: no sólo<br />

<strong>la</strong> gastronomía era de segunda, sino también <strong>la</strong> prostitución.<br />

Rayos, hasta los europeos tenían mejor ambas cosas. Cheng<br />

conectó el motor a toda potencia, sin liberar el embrague, y el<br />

travestí pasó corriendo a <strong>la</strong> acera, lo cual desató otra esca<strong>la</strong> de<br />

risotadas.<br />

Recuperando <strong>la</strong> compostura, Cheng tomó el vo<strong>la</strong>nte y miró al<br />

frente. Al hacerlo, vio que una de <strong>la</strong>s putas, <strong>la</strong> pez-limpiador-depeceras,<br />

sostenía un cuchillito amenazador ante el parabrisas. La<br />

descarga electrostática <strong>la</strong> habría alcanzado en <strong>la</strong> boca; algo seguramente<br />

muy molesto. Curioso y deseando más diversión, Cheng<br />

esperó.<br />

La puta, sin dejar de mirar a Cheng a <strong>la</strong> cara, bajó el cuchillo<br />

hasta que se perdió de vista en dirección a <strong>la</strong> rueda. Cheng sonrió<br />

cuando <strong>la</strong> mujer hizo un gesto de c<strong>la</strong>var, y volvió a <strong>la</strong>rgar <strong>la</strong> carcajada<br />

al ver<strong>la</strong> saltar hacia atrás haciendo ademanes de dolor y<br />

tomándose <strong>la</strong> mano, ya sin arma y con manchas de sangre. Es lo<br />

que consigues, pensó Cheng, si intentas perforar una rueda de alta<br />

resistencia con una navajita plegable.<br />

Cheng liberó el embrague y sacó el auto de allí sin soltar el<br />

vo<strong>la</strong>nte. En cualquier otro lugar hubiera puesto el piloto automático;<br />

con los conductores nativos, eso sería suicida, además de que<br />

también debía evitar los baches en <strong>la</strong> calle. Diversión aparte, estar<br />

destinado en este país era un infierno para Cheng. Odiaba tanto<br />

el lugar como a sus habitantes.<br />

Por esa razón no se dolía en lo más mínimo por quienes iban<br />

a morir en <strong>la</strong>s próximas horas.<br />

<strong>El</strong> Coco, Cintras y Marquito se habían pasado <strong>la</strong>s últimas<br />

horas de <strong>la</strong> tarde consiguiendo ba<strong>la</strong>s para el arma del último, y <strong>la</strong><br />

búsqueda los había llevado a reca<strong>la</strong>r en <strong>la</strong> casa del Cansao, ya<br />

entrada <strong>la</strong> noche.<br />

<strong>El</strong> Cansao se había dec<strong>la</strong>rado en falta en cuanto le expusieron<br />

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