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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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NARRATIVA<br />

¿Entonces dónde estamos Morgan y yo? <strong>El</strong> cielo tiene una<br />

tonalidad que alterna el gris y el amarillo tenue. Morgan se alisa<br />

el pantalón, también el saco y me pide, con un gesto, respirar<br />

profundo.<br />

Arena. Ozono. Carne podrida. Pólvora.<br />

Arena. Sudor. Carne podrida. Ozono. Respiro profundo. Y<br />

despacio libero cuanto hay en mis pulmones. No estoy solo, hay<br />

un hombre sentado en el medio de <strong>la</strong> calle. Es b<strong>la</strong>nco. Un saco<br />

beige cuelga de su hombro. Hay poco menos de diez metros entre<br />

ese hombre y yo. Espera por mí. Hace un gesto con el que me pide<br />

ir a su encuentro. No sé cómo puede soportar, sentado en el<br />

medio de <strong>la</strong> calle, el sol del mediodía. Con otro gesto me pide<br />

respirar profundo. Arena. Sudor. Carne podrida. Ozono. Aspiro.<br />

Y exhalo despacio. Estoy frente a él, los rasgos de su cara dicen<br />

que además de tener poco más de 60 años es Jack Nicholson o<br />

alguien muy parecido. Es el leve viento de Al-Jumhuriya al-<br />

‘Iraqiya al mediodía y entra por <strong>la</strong>s ventanil<strong>la</strong>s del todoterreno.<br />

Somos cinco: cuatro soldados y Jack. Vamos despacio. Arena,<br />

sudor, carne podrida y ozono es cuanto trae <strong>la</strong> brisa. Vamos en<br />

una pequeña caravana que avanza por una calle desierta.<br />

Escombros a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> de <strong>la</strong> calle. Fachadas destruidas. Cuerpos<br />

inertes bajo el sol. Arena. Sudor. Carne podrida. Ozono. Se escucha<br />

el <strong>la</strong>drido de algún perro, el monótono sonido del motor,<br />

lejanos estallidos.<br />

—¿Encontraste <strong>la</strong> felicidad en tu vida…? —dice Jack; está<br />

sentado al <strong>la</strong>do del chofer, viste una camisa b<strong>la</strong>nca a medio abrochar,<br />

pantalón beige; el saco lo lleva sobre <strong>la</strong>s piernas—, ¿<strong>la</strong><br />

encontraste?<br />

Con un gesto nos pide que hagamos silencio y que miremos<br />

cuanto acontece fuera del todoterreno. Al parecer hay combatientes<br />

del Ejército de Resistencia apostados entre <strong>la</strong>s ruinas, en <strong>la</strong>s<br />

azoteas. Avanzamos despacio. No nos quedaba otro remedio. Si<br />

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