El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
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LITERATURA POLICIAL<br />
No puedes hacerme esto, Señor, sabes que es solo un trabajo más<br />
y debo cumplirlo bien o me autodespido del mundo.<br />
Volvió a <strong>la</strong> fonda. <strong>El</strong> mozo le sirvió un doble. Vio<strong>la</strong>ba un precepto<br />
sagrado. <strong>El</strong> ron desapareció a través de su boca y saboreó<br />
el ardor, el gusto añejo.<br />
Quedaban pocos minutos, pronto cerraría <strong>la</strong> parroquia. No<br />
era fecha de grandes santos, <strong>la</strong> encontraría deso<strong>la</strong>da. Mantuvo el<br />
paso medio, <strong>la</strong> vista fija en lo alto, posada en <strong>la</strong>s torres. Se le<br />
ocurrió silbar su melodía preferida, Más allá del cielo. Mi<strong>la</strong>gros<br />
Vocecita <strong>la</strong> cantaba magistral los domingos en el Ruiseñor, un bar<br />
de Oriente. Una negra con voz de mezzosoprano b<strong>la</strong>nca, aunque<br />
no le gustaba que le dijeran eso. Las voces eran incoloras y el<strong>la</strong><br />
no tenía culpa. Cierto, no se podía culpar de impostora, porque<br />
hasta cuando hab<strong>la</strong>ba dejaba escapar el timbre filtrado, y quien<br />
<strong>la</strong> escuchase sin ver<strong>la</strong> creería estar oyendo a una jovencita b<strong>la</strong>nca<br />
y no una negra camino a los cincuenta. De haber tenido menos<br />
años le hubiera propuesto matrimonio. La voz lo cautivó. Se<br />
pensó alguna vez cambiando de oficio, de matón a empresario<br />
musical, promotor de <strong>la</strong> sin igual Mi<strong>la</strong>gros, talento le sobraba.<br />
Conquistarían Europa, los Estados Unidos. ¿Qué pasó con<br />
Mi<strong>la</strong>gros Vocecita? No se supo. Apareció muerta en un hotel, dos<br />
puña<strong>la</strong>das le rompieron el corazón. No creyó que lo molestara<br />
tanto una muerte; él, acostumbrado a tantas. Intentó averiguar<br />
entre matones y gente baja. Nadie sabía. ¿Por qué venía Mi<strong>la</strong>gros<br />
Vocecita a sus pensamientos? Quizá porque todas <strong>la</strong>s muertes<br />
fatales se re<strong>la</strong>cionaban, y esta de hoy también lo inquietaría.<br />
Recordó que no había insta<strong>la</strong>do el silenciador. Pensó pasar a<br />
un baño público y colocarlo, sin embargo allí podría encontrar a<br />
algún mirón insistente. <strong>El</strong> confesionario podía servir, lo utilizó en<br />
otras ocasiones, su sangre fría lo acompañaba.<br />
Los dos policías apostados en <strong>la</strong> esquina de Rosario y San<br />
Rafael lo escudriñaron indiscretos. Cambió de acera. Los policías<br />
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