El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
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NARRATIVA<br />
ti”, dijo siempre para responder a Jorge Ángel, a sus coqueteos.<br />
“¿Y ahora eres pa’ mi?” Pregunta su vecino cuando lo ve bajar de<br />
a trancos dudosos, pequeñitos. “¿No eres pa’ mi? Pregunta el<br />
maricón que también responde, “C<strong>la</strong>ro que no, llegaste tarde, yo<br />
no como picadillo”. Ramón sonríe con <strong>la</strong>s ocurrencias del vecino,<br />
él y Crema son los únicos que no le muestran compasión. Ramón<br />
prefiere que lo traten como antes, y si es preciso que hagan bromas<br />
aunque lo enfrenten a una realidad a <strong>la</strong> que teme, que le<br />
duele mucho. Jorge Ángel lo l<strong>la</strong>maba antes merme<strong>la</strong>da y ahora<br />
picadillo. Todo cambió, nada es igual, antes era campana y ahora<br />
mucho silencio, piensa Ramón, se dice él mismo, y recuerda sus<br />
gemelos perfectos, sus talones, los pies <strong>la</strong>rgos y de arcos pronunciados.<br />
¿A qué lugar fueron a dar los metatarsianos y sus dedos<br />
de <strong>la</strong> mano izquierda? Jorge Ángel lo l<strong>la</strong>maba antes merme<strong>la</strong>da,<br />
y ahora picadillo.<br />
Ramón altísimo saltó, y cayó profundo, desarmado. Y extraña<br />
un montón de cosas; el balón sobre el empeine de su pie derecho,<br />
luego en el izquierdo, y el golpeteo incesante que ejercita. Siempre<br />
en <strong>la</strong> puerta del so<strong>la</strong>r, y los vecinos pidiendo cada día que saltara,<br />
y hasta improvisaban; <strong>la</strong> varil<strong>la</strong> era una soga altamente amarrada<br />
en sus extremos, y consiguieron también un colchón viejo para<br />
amortiguar el golpe, para que el saltador no se dañara en <strong>la</strong> caída.<br />
Siempre los brazos abiertos, como en <strong>la</strong> V de Victoria, porque en<br />
triunfo terminaba cada salto, porque Gloria era el nombre de su<br />
madre, y Victoria el de su hermana. Ramón saltaba y salían los<br />
curiosos, se llenaban los balcones, y había ap<strong>la</strong>uso, algarabía.<br />
Solo su madre protestaba; asomada a un balcón y desgreñada,<br />
daba a<strong>la</strong>ridos, se quejaba, anunciaba un accidente, impugnaba el<br />
salto.<br />
Ramón adoró siempre <strong>la</strong>s apuestas, más <strong>la</strong>s que involucraban<br />
sus brincos; de cada ganancia le tocaba un poco, a fin de cuentas<br />
era él quien arriesgaba más. Ramón decía que en eso aventajaba<br />
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