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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

llenaron de caracteres alfanuméricos formando un mensaje en<br />

español. “¿Le ha ocurrido algún percance, señor? ¿Le pudiéramos<br />

ayudar en algo?”, leyó Cheng con frustración. Era el tercero de<br />

los correos del maldito negociador nativo. En el primero se había<br />

interesado por su salud y en el segundo le ofreció un auto. Qué<br />

persistencia, qué inútil y molesta persistencia. Si tan sólo supieran.<br />

Cheng rozó con los dedos el área de interfase del puño,<br />

introduciendo comandos para bloquear al emisor de los mensajes,<br />

y finalmente presionó el meñique sobre el espacio correspondiente<br />

al reloj.<br />

Ya debía haber empezado.<br />

Después de sacar unos binocu<strong>la</strong>res de <strong>la</strong> guantera, Cheng salió<br />

del auto, fue hacia <strong>la</strong> capota y se sentó de frente al fondo de <strong>la</strong><br />

Bahía y <strong>la</strong> urbanización de Reg<strong>la</strong>. Gracias a <strong>la</strong> altura de <strong>la</strong> Loma<br />

de La Cabaña tenía buena perspectiva tanto de <strong>la</strong> zona vieja, más<br />

cercana, de casitas antiguas y apretadas entre sí, como de <strong>la</strong><br />

moderna, emergente en áreas más abiertas y con algunas recientes<br />

construcciones elevadas. Entre estas últimas estaría el edificio de<br />

<strong>la</strong> reunión. Lo halló después de una breve búsqueda y levantó el<br />

<strong>la</strong>rgavista con un suspiro impaciente.<br />

Ahí estaban; seis furgonetas en <strong>la</strong> exp<strong>la</strong>nada abierta a un costado<br />

del edificio, haciendo una media luna con el seno apuntado<br />

hacia <strong>la</strong> entrada del parqueo interior. Detrás de los vehículos,<br />

hombres parapetados hacían fuego sin orden ni coraje aparentes.<br />

Cheng rió: a su <strong>la</strong>rga lista de defectos, los nativos añadían <strong>la</strong><br />

cobardía y <strong>la</strong> ineptitud militar. No obstante, pronto <strong>la</strong> fuerza del<br />

número dio a los asaltantes <strong>la</strong> victoria sobre los guardias de <strong>la</strong><br />

garita. Comenzaron a acercarse a <strong>la</strong> puerta, hasta que de repente<br />

varios de ellos cayeron al suelo en el intervalo de unos segundos,<br />

como figuras de cartón sop<strong>la</strong>das, y el resto volvió en desorden al<br />

refugio de los carros. Cheng pensó que alguno de los guardias de<br />

<strong>la</strong> garita había podido activar <strong>la</strong>s armas automáticas de <strong>la</strong> entrada<br />

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