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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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LITERATURA POLICIAL<br />

de editor y además tributar cientos de horas extra a faenas de<br />

traducción… ¡Hasta que me harté, y con el pa<strong>la</strong>cio a medio terminar<br />

todavía monté <strong>la</strong> rebelión, dec<strong>la</strong>rándole al hada falsa que<br />

ni portaba el<strong>la</strong> vara mágica ni era yo el magnífico A<strong>la</strong>dino asegurado<br />

por el djin de <strong>la</strong> lámpara!... “¿Este alfanje no es el original,<br />

eh?”. La pregunta, caída inmediatamente después de un frío<br />

saludo, toma a Santiago desprevenido. <strong>El</strong> experto pide tenerlo en<br />

sus manos, como si precisase hacerle el examen. “Vamos, que esto<br />

llegó aquí por ti...”, indica él y detecta el miramiento de los cómplices.<br />

Cuando Santiago encara al amigo transformado en inquisidor,<br />

no logra evitar que a su sonrisa de gentil se arrime el fastidio.<br />

Y el<strong>la</strong> suelta un “¡¿Y ya tú te habías dado cuenta?!”, que<br />

dispersa en <strong>la</strong> atmósfera el equívoco perfume de <strong>la</strong> candidez mal<br />

simu<strong>la</strong>da. Lo huele enseguida el que por viejo y diablo se sabe el<br />

truco de mover <strong>la</strong> conversación hacia el renglón de <strong>la</strong> curiosidad<br />

ilustrada para temp<strong>la</strong>r <strong>la</strong> tirantez en ambientes de intelectuales:<br />

“Es una réplica excelente. La traje como parte de un lote que mi<br />

museo va a donar a <strong>la</strong> Oficina del Historiador de La Habana…<br />

¿No te gustó el regalo?”. Pero el escritor resucita el tono de fiscal:<br />

”¿También <strong>la</strong> espada azteca es falsa, no?”; y el español asiente, ya<br />

con cara de enterado de que el otro no va a dejarse embaucar. <strong>El</strong><strong>la</strong><br />

está mirando muy seria: ¿Qué hay detrás de aquellos ojos verdes?<br />

¿Chasco… desilusión… contrariedad… caute<strong>la</strong>…? Él encubre sus<br />

apetencias de averiguar: “Tengo que dejarlos… Ya saben cómo es<br />

el asunto cuando uno está inspirado… Gracias por tu… tus<br />

regalos Santiago”… Cleo pareció ceder, comprimida por el peso<br />

de <strong>la</strong> realidad y de mis razones. Incluso se comprometió a imp<strong>la</strong>ntarme<br />

un decorado de época en lo que renombró como “gabinete<br />

de escritura”. De modo que en el cuarto construido a medias,<br />

donde nuestro Dieguito dormiría en el mañana, establecí lo que<br />

debió ser mi coto privado, <strong>la</strong> guarida de <strong>la</strong> que sólo saldría el día<br />

en que hubiera concluido mi gran nove<strong>la</strong>, esa que nos serviría el<br />

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