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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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LITERATURA POLICIAL<br />

Testigos de Jehová estuvieran usando pulovitos pingueros, riñoneras,<br />

gorras de los Yankees de New York, gafas de <strong>la</strong> shopping<br />

y portafolios negro colgado al hombro.<br />

Buenos días —dice el hombre desde el umbral. No ha tenido<br />

que tocar porque <strong>la</strong> voz y <strong>la</strong> mirada atraviesan todas <strong>la</strong>s puertas<br />

en línea hasta el patio, donde el<strong>la</strong> acaba de mezc<strong>la</strong>r el alimento<br />

para el cerdo. Tampoco tiene estampa ni uniforme de trabajador<br />

social.<br />

Ya va —contesta sin perderlo de vista. Si es un listero, igual lo<br />

va a despachar. Lleva meses apostando, pero cuando le anota al<br />

viejo, tiran <strong>la</strong> tragedia; cuando le juega a <strong>la</strong> tragedia y al viejo,<br />

sale <strong>la</strong> mierda, y si se arriesga con <strong>la</strong> mierda, sale el viejo, como<br />

afirmación de que <strong>la</strong> mayor tragedia de un ser humano es convertirse<br />

en un viejo de mierda. Confirmación irrevocable también de<br />

que el<strong>la</strong> no tiene suerte. Pone <strong>la</strong> calderita de<strong>la</strong>nte del choncho,<br />

que <strong>la</strong> ataca con glotonería, azora <strong>la</strong>s gallinas y se dirige a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>.<br />

Entre y siéntese —y el<strong>la</strong> espera de pie. No había visto hasta ese<br />

momento el Mercedes parqueado en <strong>la</strong> calle. Le echa una ojeada<br />

de curiosidad y, ¿por qué no? de reconocimiento. Es el mismo que<br />

ayer en <strong>la</strong> mañana estaba más o menos allí y ahora recuerda,<br />

¡vaya memoria!, que el hombre había permanecido sentado en un<br />

mogote, siempre de frente a su casa y el<strong>la</strong> le cruzó muy cerca <strong>la</strong><br />

segunda vez que regresaba con el Bisa a remolque después de una<br />

escapada. Pero ni siquiera atendió cuando el hombre dijo:<br />

“Pobrecito el viejito”, porque su mente estaba puesta allá adentro<br />

donde rechinaba <strong>la</strong> leche al derramarse sobre <strong>la</strong> hornil<strong>la</strong>.<br />

Solo quiero que me dedique unos minutos, señora, para hab<strong>la</strong>r<br />

de lo que me trae aquí con <strong>la</strong> seriedad que lleva —el hombre se<br />

esmera en hab<strong>la</strong>r despacio, pronunciando <strong>la</strong>s eses para denotar<br />

refinamiento—. No he venido por casualidad, sino porque conozco<br />

algunas cosas acerca de usted y del ancianito.<br />

Perdone, es que estaba atendiendo <strong>la</strong> cría…<br />

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